Badajoz. La ciudad invertebrada
31 de Diciembre de 2015
Por Pedro Centeno
No se trata de un error, avisado lector. El presente artículo no pretende adentrarse en el apasionante mundo de los espongiarios y platelmintos, ni busca usurpar el papel de la Biología a la hora de explicarnos el mundo. Es un intento, modesto, pero no por ello menos serio, de explicar la lastimosa situación que la ciudad de Badajoz vive, y de ponerle remedio.
A nadie se le escapan las cifras. Badajoz es hoy por hoy, no sólo la ciudad más poblada de Extremadura, sino su centro económico, empresarial y cultural. El corazón de Extremadura late en las empresas de la ciudad, somos los mayores contribuyentes al PIB regional, y en cualquier clasificación de orden socioeconómico que se pueda consultar no se entiende Extremadura sin nosotros. No obstante, dicha preponderancia no se corresponde con el estatus real de nuestra ciudad.
A día de hoy, Badajoz es una ciudad donde no se vive, se sobrevive, vacía de contenido, sin discurso propio. A pesar de ser fulcro entre España y Portugal, pese a tenerlo todo a favor (Universidad, río, frontera) Badajoz está muy por detrás de Mérida o Cáceres a la hora de aprovechar sus fortalezas.
¿A qué se debe tal desgracia? Pues no precisamente a una maldición divina. A juicio de este humilde servidor de ustedes, dos son las principales losas que nos agobian. La primera, la displicente actitud de la Junta (gobernada por el PSOE) hacia Badajoz, que desde que perdió el poder en el ayuntamiento hace veinte años, no ha querido saber nada de lo que aquí ocurría, previendo un problema político menos al no tener un alcalde cuya alargada sombra llegase hasta la plaza del Rastro. Mediante el sencillo expediente de poner como cabeza de lista al candidato con menos fuste, se han asegurado perder las elecciones a cambio de la docilidad -engrasada con poltronas- de sus correligionarios.
El último elegido para tal menester es prueba viviente de lo que afirmo. Claro que en eso la derecha no le va a la zaga; el inicuo Estatuto de Capitalidad fue aprobado sin que los labios del actual alcalde expresasen la más mínima queja.
No se piense, empero, el paciente lector que el PP, que gobierna nuestro consistorio desde 1995, es menos culpable. Antes al contrario, lo es más. Porque cualquier ciudadano que contemple el estado en el que Badajoz se encuentra llegará a la simple conclusión que, salvo que viva en Santa Marina, esta ciudad está abandonada. Huelga relatar los rotos y descosidos que nos afean la vida: imbornales que se anegan con cuatro gotas, alumbrado excesivo en zonas céntricas pero mortecino en los barrios, árboles que no se podan, carriles-bici pintados a tontas y a locas, servicios sociales inexistentes, edificios levantados sin permiso que luego hay que derribar por sentencia judicial -paga usted- y por si fuera poco, medalla de bronce en oscuridad. Sí, queridos conciudadanos. Lo que leen; somos la tercera ciudad menos transparente de España. Claro que no se puede esperar nada mejor de un equipo de Gobierno que, en lo más duro de la crisis, se gastó 150.000 euros en coches oficiales.
Claro que, la culpa, en última instancia es nuestra. Lo es, porque al contrario de lo que los (justamente) indignados cantaba, “sí nos representan”. La inanidad de nuestros dirigentes políticos, particularmente a nivel municipal, es un reflejo de los que nosotros somos. Cuando un alcalde realiza declaraciones homófobas, es que son moneda corriente en nuestras vidas; cuando un político mete mano en la caja, es porque los ciudadanos de a pie, los Pacos y Marujas de toda la vida, engañamos sin rebozo a Hacienda o la Seguridad Social, sin ser conscientes de que nos engañamos a nosotros mismos. Y es culpa nuestra no poner coto a semejantes comportamientos; de nadie más, sin duda.
Por tanto, dejemos de engañarnos. Una ciudad, una sociedad, no es ni mejor ni peor que la media de sus miembros (y miembras, añado espantado) y son éstos quienes, mediante la constante vigilancia y participación en los asuntos públicos pueden darle la vuelta a la situación.
Lo bueno de las épocas convulsas como la que vivimos es que en nuestras manos está mejorarlo todo; si algo están demostrando los alcaldes del cambio es que cuando un grupo de ciudadanos comprometidos se pone manos a la obra puede cambiar el mundo, y el mundo se cambia empezando por nuestro barrio. No es, en puridad, nada nuevo lo que aquí propongo; ya lo dijo Platón hace dos mil años: “el precio de desentenderse de la política es ser gobernado por los peores hombres”. Pongámonos, pues, a la tarea. Nos va la vida en ello.
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