El tren nuestro de cada avería
13 de Diciembre de 2017
Extremadura es una región tan humilde que no puede permitirse el lujo de vivir a todo tren, así que vive con casi nada de tren y muy poca vida. El tren de vida, casi no le da para vivir a Extremadura.
Extremadura ha sufrido, y continúa sufriendo, agravios para parar un tren. Renfe, la Red Nacional (aunque no lo parezca), de Ferrocarriles Españoles (aunque no ejerza), lo sabe muy bien y, por eso, los trenes que deben pasar por Extremadura se paran. Se paran para no terminar con los agravios y separan porque no unen, sino que distancian.
Entre Badajoz y Madrid hay una distancia media de 5 horas y 27 minutos (Internet dixit), para hacer 328 kilómetros en tren, a un promedio de 60 kilómetros de ‘trenqueteo’ por hora. Entre Sevilla y Madrid (390 kilómetros de raíles) la distancia se reduce a 2 horas y 35 minutos, a una media de 150 kilómetros cada hora. (Internet dixit.) Y sin ‘trenqueteos’. En 61 kilómetros más, 2 horas y 52 minutos menos y nada más y nada menos que 90 kilómetros más de velocidad media. Lo que las administraciones públicas y Renfe le están haciendo a Extremadura está más claro que la luz del día.
En Extremadura no hace falta subir al tren para que se te haga de noche. Aunque acabe de amanecer, basta con que saques el billete y Renfe te apaga el sol. En luz de gas, es lo último.
Extremadura es la primera región de España en casi todo lo malo, y la última en casi todo lo bueno. Sería indigno que, con tan lamentable panorama, Extremadura perdiese el último tren, el tren de la justicia y de la dignidad, un tren como un tren.
En Extremadura, todo el mundo llama tren al tren, en vez de convoy, porque en Extremadura el tren no va con nadie. Ni con la izquierda ni con la derecha, ni con los verdes ni tampoco con Maduro. Sencillamente no va. Y tampoco es que venga. Está como ido nuestro tren a ninguna parte. Tan solo esparrama sus ojos para ver pasar a la vaca.
Extremadura viaja en el vagón de cola del tren de España. Renfe trata a los extremeños como si fuésemos mercancía. Si nos tratara como debe tratarse a las personas que somos, en vez de en un vagón, Extremadura viajaría en un coche. De cola, pero en un coche.
Tratándose del tren parece la misma cosa, pero no lo es. Los ferroviarios saben distinguir. ¡A ver!
Extremadura se merece un AVE, pero se conforma con exigir un tren digno porque no le basta con tener un tren permanentemente AVEriado, que puede que suene a AVE, pero es una tortuga. Enferma y coja, además. Si al menos fuese un galápago del río Alcarrache, hasta habría que correr para darle alcance, pues, cuando se escabullen entre las piedras, en vez de patas parecen tener ruedas.
A todo lo que tiene ruedas -locomotoras, automotores, vagones, coches, etcétera- y está hecho para rodar sobre las vías férreas, Renfe lo llama material rodante. La Junta de Vara hace lo mismo. Pero en Extremadura deberíamos hablar con más propiedad y llamarlo material renqueante, material reptante, material repugnante, rechinante, relinchante, refunfuñante, desesperante y todos los antes y, también, todos los después que quepan en la santa indignación del pueblo extremeño.
Hasta el flaco y desarbolado Rocinante trotaba a más velocidad que el ‘material renqueante’ que Renfe dedica a Extremadura. Vagones y locomotoras, tan de antes y tan sin futuro, que el día menos pensado la Unesco los declara ‘patrimonio inmaterial sin humanidad’.
‘Patrimonio’ porque lo hemos pagado y lo seguimos pagando como si fuera un chalet de lujo con una hipoteca interminable. ‘Inmaterial’ porque, a fuerza de años y de desgaste, se está quedando en nada. Y ‘sin humanidad’ porque hay que ser mala gente para destinar a Extremadura todo lo que no sirve en otras regiones.
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