OPINIÓN: El culto ancestral en el entorno de Bótoa de Badajoz
Mucho se desconoce del origen primigenio de nuestros municipios extremeños. A veces, pensamos que los nombres asignados a los municipios, son resoluciones un tanto caprichosas de algún alcalde de etapa anterior, y no reparamos en la trascendencia histórica que envuelve a cada lugar de nuestra comarca. Voy a tratar de desglosar la raíz toponímica de esta pedanía pacense llamada Valdebótoa, y que encierra tan interesantes enigmas.
Se dice en las fuentes documentales de Valdebótoa, que su origen se remonta a un núcleo de chozas a pie de carretera allá por el año 1958, siendo posteriormente replanteada la construcción del entramado urbanístico del actual municipio, debido al desarrollo generado por el Plan Badajoz para la explotación rural de la zona, con el reparto de tierras y nuevos hogares para familias de colonos.
Aunque son algunos los que saben que muy cerca de este núcleo vecinal, se haya el modesto complejo de escasas viviendas en torno al santuario mariano, llamado Bótoa (y que da nombre a la imagen que se venera en su interior), pocos saben que en realidad, este enclave rural en mitad de una dehesa de encinas, era el primer bastión habitable desde la antigüedad, mucho antes de que existiera su vecina pedanía.
De lo poco sabido de la historia de Bótoa, que trasciende mucho más allá que la etapa en torno al tradicional fenómeno del milagro sobre una de las encinas (todavía existente), se sabe que se erigió un templo de culto a esta advocación de la virgen, impulsada por un pequeño cenobio de franciscanos de la provincia de San Miguel y procedentes de Alburquerque, creando la que sería la cofradía en torno a 1344 y 1578, propagándose su devoción a partir del siglo XVI. Dicha capellanía y culto a la imagen actual de nuestra Señora de Bótoa, vino de la mano de la esposa de Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla de la Cerda (1589-1647), conde de Chinchón, Doña Ana Álvarez de Osorio y Manrique (1600-¿?), casados en el año 1621 y perteneciente a la prestigiosa casa de los Osorio, emparentados con los Osorio, Téllez Girón (rama extinguida), Álvarez de Toledo, Pérez de Guzmán, Condado de Alburquerque, Los Moscoso, e incluso los Fernández de Córdova.
La que fuera primera esposa del conde de Chinchón, debido a una debilitada salud, buscó siempre el amparo y protección de la virgen, siendo la máxima bienhechora de aquel pequeño convento franciscano, e impulsora en la devoción popular de la primera imagen de la virgen de estilo románico (hoy desaparecida), y que hasta entonces había estado presidiendo a intramuros de los franciscanos.
Curiosamente, la segunda esposa del conde, la viuda Doña Francisca Enríquez de Rivera, perteneciente a un abolengo sevillano (emparentada con cristianos nuevos a través de una rama de los Cervantes de Écija), fue hija de los condes de la Torre, con la que Luis Jerónimo se traslada al recién otorgado título de virrey del Perú.
A raíz de una fiebre palúdica que contrajo el matrimonio, y que obligó al conde a renunciar de su cargo en el Nuevo Mundo, vuelven a España con el empeoramiento febril de Doña Francisca, que a través de la herbolaria experiencia de la fraternidad franciscana, la hicieron tomar como remedio Quinina, una sustancia con múltiples propiedades obtenido a través de la corteza de la quina, un árbol de tierras americanas que le salvaría la vida. En agradecimiento a la virgen, esta noble decide impulsar, primero como obra pía, y posteriormente como una tradición en la romería de la virgen, otorgarles zapatillas a todos los niños de campesinos circundantes. Algo muy simétrico a la devoción de Nuestra Señora de la Cinta de Huelva, donde se repartía calzado a los niños, en agradecimiento por sanación de un zapatero artesano.
Pues bien, la humilde comunidad de franciscanos acudió a por este natural remedio a la única persona que disponía de ello en la comarca. Se trataba de un rabino judío de Sefarad nacido en torno al año 1470, llamado Abraham Simuel (Samuel), también apodado popularmente como “zapatones” en alusión a las características zapatillas a modo de bota que sobrepasaba la rodilla (borceguí), siendo un calzado fabricado por los moriscos desde el siglo XIII al XV. Este rabino en teología, filósofo y experto en la medicina natural, estaba afincado en el cercano municipio de Alburquerque donde ejercía la disciplina, aunque provenía de los cristianos viejos de Cuéllar (Segovia), cuando fueron expulsados por los reinos castellanos obligándoles a desplazarse al sur de España. Se tiene constancia que este médico y físico judío estuvo al servicio de Beltrán de la Cueva, duque de Alburquerque. Es por ello, que a muchos alburquerqueños, no le sonará extraño la acuñada “Quinina del Zapatón”. De igual modo, de este personaje histórico, también deriva el nombre del caudal que desemboca en el río Gévora, llamado Río Zapatón, por donde era probable tuviera su taller de alquimia y extracción de plantas. Teniendo en cuenta que el término árabe hidha' tawil ???? ????, que significa “zapatos largos” en alusión a su río Zapatón que atraviesa los municipios de Gévora y Bótoa, y a la descripción de este pintoresco médico rabino tan involucrado con la nobleza castellana.
Los arroyos de la cabecera del Zapatón descienden desde la sierra de San Pedro, en el término municipal de Aliseda, provincia de Cáceres. El río discurre en sentido norte-sur a lo largo de unos 52 km que atraviesan los términos pacenses de Alburquerque, Villar del Rey y Badajoz, donde desemboca en el río Gévora, a pocos kilómetros de la frontera hispano-lusa.
Según la etimología, la raíz toponímica de Valdebótoa, viene originado del término inicial Valde, que es una contracción acortada de “valle de…” en alusión a otro cercano lugar, como es el caso de Bótoa. Este principio que antecede a muchos topónimos de municipios, viene asignado precisamente por hallarse en mitad de un valle o estar próximo a él.
La ermita se construye en el siglo XIV en el término denominado como Dehesa de Bótoa, a 17 kms de Badajoz en dirección Cáceres. Aunque piensan algunos historiadores que el nombre procede del árabe, e incluso romano (pues en las inmediaciones al santuario se han encontrado restos de época romana), probablemente la existencia de algunas villas en el aprovechamiento de los recursos hídricos de la zona, que parece indicar que este lugar que algunas fuentes recogen como “Budua”, e incluso “Burdua”, apareciendo en el itinerario Antonino y en Ptolomeo, Plinio también recoge la terminología “Butoa” como nombre de una isla cerca de Creta (donde tan extendido está el culto al minotauro, como recogen los frescos del palacio de los Lirios), y “Butúa” en referencia a una ciudad de Dalmacia. Incluso algunos apuntan como un topónimo hispanocelta, repetido en textos antiguos similares “Budua” o “Burdoga” en zonas del Bajo Guadalquivir, y que aluden a chozos o cabañas. El topónimo latino “Búculus” en el mundo romano, hace mención al ternero de un buey o una vaca. Posiblemente manteniendo en el tiempo como legado, el culto a la deidad de Baal ( Ba'al), que era un dios cananeo-fenicio invocado para la fertilidad y el clima, especialmente de las tormentas y lluvia. De igual modo, este topónimo también significaba “Señor”, aplicándose a varias deidades del antiguo Oriente Próximo. Tomando en cuenta el significado literal de Búculus, en alusión al buey o vaca, destacar que el aspecto que mostraban las estatuas de Baal, eran precisamente la de un ser mitológico, mitad hombre y mitad carnero o toro. Por lo que la civilización romana ya era conocedora de ciertos enclaves mágicos dedicados a tales divinidades extranjeras y afincadas en nuestros territorios.
Existe en los archivos PARES, un documento de 1890 que acredita el derecho a pensión a tres hijas huérfanas de una tal Rosa Balbastre Balbastre, que fue maestra en Bótova (Valencia). Según mis indagaciones, no he hallado nada semejante en Google Maps, por lo que dicho municipio debe estar extinguido. Lo que si aparece en tierras valencianas, es el municipio de Rótova (acentuado igual en la primera sílaba), por lo que bien pudiera ser un error caligráfico del redactor del texto, o bien, con el tiempo se hubiera modificado el topónimo. Aun así en ambos casos, se menciona que el significado etimológico de este municipio de 1265 habitantes, tiene una raíz árabe que significa: ???? (rutba), que viene a ser como: “lugar de cobro de impuestos por el ganado”.
Yo no descartaría la hipótesis de un posible enclave de origen fenicio, teniendo en cuenta el topónimo “Bótoa”, que en tiempos se conociera como Bótova, con la terminación que elude a la divinidad de Baal, segundo dios más importante de las regiones orientales de Tiro y Sidón, y establecidas en territorios costeros a lo largo del mediterráneo. Estaba considerado el dios de la lluvia, el trueno y la fertilidad.
Bien pudiera un espacio de culto, haber sido reutilizado a través del tiempo desde su origen como templo fenicio, dedicado a las cosechas y a la lluvia. No resulta descabellado pensar en esta tesis, sobre todo teniendo tan próximo a estas tierras, el recién hallazgo de otro templo fenicio localizado en Zalamea de la Serena, y que tantos datos reveladores está aportando a la historia, llamado Cancho Roano.
Precisamente uno de los motivos de esta romería celebrada de esta Virgen, siempre estuvo ligada a las irregularidades agrícolas como la sequía, el exceso de lluvias, o los problemas ganaderos como las pestes o las plagas de langostas. Esto tiene mucho que ver con su vestimenta a modo de campesina. De este aporte indumentario de campesina, también tiene mucho que ver la contribución de la imagen venerada como pastora de las almas, por la orden franciscana. Es probable que la tradicional romería se superpusiera a un anterior y más remoto culto a esta u otra divinidad de origen romano y posteriormente fenicio, desembocando en el culto religioso cristiano actual.
Y es que, a lo largo de nuestra vasta geografía, el arquetipo protector mariano en ciertos enclaves rurales, bien tiene un trasfondo de culto más ancestral de alguna deidad protectora a la que las gentes de su período, se amparaban a su protección.