OPINIÓN: La deriva que puede estar sufriendo la generación presente y las venideras
17 de Septiembre de 2022
En este artículo me gustaría tratar desde la perspectiva que me da ser tío de 3 niños, y la distancia (y limitaciones) que me da no ser padre de ninguna criatura, sobre la educación, valores, y deriva que puede estar sufriendo la generación presente y las venideras.
De antemano decir que no estoy en contra de la tecnología, los avances, las series o los smarthphones, siempre y cuando sepamos darle una utilidad que nos haga la vida más fácil pero no más dependiente de ellos.
En mi experiencia como monitor de niños de diferentes edades y posteriormente mi figura de tío, me he ido percatando de una serie de cambios paralelos a la evolución informática y de la sociedad que han generado, a mi parecer, un desconcierto en la inteligencia emocional y en el autoconocimiento de los más jóvenes (y los no tan jóvenes).
Haré alusión a una frase que me gusta particularmente: ¿Cómo voy a saber lo que pienso si no lo he escrito? o ¿Cómo voy a saber lo que siento si no lo he dicho? Años atrás, en un tiempo más analógico, estábamos obligados a compartir nuestras experiencias con los demás, ya que el ocio se apoyaba básicamente en eso, el contacto con los demás. En el caso de los niños en particular, se reflejaba a modo de juegos deportivos o de cualquier índole que les permitiera pasar tiempo juntos, e inevitablemente a conocerse, con toda la extensión que esta palabra tiene. Tenías un número de amigos del barrio, del pueblo, y aunque no fueran como tú, la necesidad animal como ser hipersocial que somos nos obligaba a tener más puntos en común que en contra, a empatizar, a dialogar, a transigir... en definitiva, a convivir. Los comportamientos grupales nos hacían entender que nuestra opinión o exigencias no eran las únicas, que no siempre se haría lo que querríamos y que era necesario exteriorizar lo que sentíamos (tanto para los otros como para nosotros mismos) para lograr una convivencia.
El resultado de ello era desarrollar al menos cierta capacidad de empatía, a tolerar las frustraciones, apreciar las esperas para obtener recompensa, y lo más importante de todo; a conocernos a nosotros mismos.
Personalmente no creo que existan las personas malas como tal. Creo que existen las personas que están perdidas, enfermas, solas, o terriblemente atrapadas en una amalgama de variables. También matizo que una cosa es la explicación y otra es la justificación, (todo puede ser explicable, pero pocas cosas justificables), por lo que defiendo que aunque lo ideal es la rehabilitación de estas personas, lo primero es la protección del inocente, aquel que no tiene culpa de los traumas o terribles sucesos por los que han pasado otros.
Aclarado esto, defiendo que ser "humano" no es sencillo; no hace mucho que empezamos a entender el órgano por el que apostamos evolutivamente y aseguró nuestra supervivencia, el cerebro, que aún tiene partes de reptil que no entendemos y que atienden a pulsiones diferentes de las reglas sociales que hemos establecido como estrategia de sociedad. Opino que, los estímulos que no tienen como finalidad facilitarnos la vida si no distraernos de ella, evadirnos, sofronizar nuestro dolor, contribuyen a crear una generación de analfabetos emocionales en busca constante de un sentido de vida, y que es muy difícil estar en paz con la sociedad y con nuestros semejantes si no lo estamos con nosotros mismos.
Nos criamos con un cambio de valores radical, en el que nuestros padres y abuelos han pasado por las necesidades fisiológicas básicas como el hambre, el frío, la falta de libertad... Es lógico que su objetivo fuese satisfacer todas esas necesidades, y que incluso haya habido un punto de inflexión en que llegaran agotados de trabajar y necesitaran sentarse y descansar, mientras nosotros nos criábamos con los amigos y el inicio de las tecnologías que se abrían paso.
Sin embargo el paradigma actual es otro, esos individuos hemos crecido, se están repitiendo patrones de "crianza automática", y en este caso no es necesariamente (al menos hasta el estallido de las últimas crisis económicas y sanitarias), por falta de las facilidades de cubrir las necesidades básicas. Pero, una combinación de desconocimiento personal junto con una potente oferta de ocio sofronizador, evita que nos conozcamos y de alguna manera nos impone patrones de vida estándares, convirtiéndose en un cóctel perfecto en individuos que sufren por desconocimiento y por tener que plegarse a unas normas impuestas que les generan aún más sufrimiento al resultar a menudo inalcanzables.
La bomba perfecta. Un sistema de individuos descontentos que no están seguros de lo que quieren ni pueden llegar a saberlo porque el ritmo frenético, el miedo de quienes les aconsejan, o los mensajes de soluciones mágicas no les permiten coger aire, relativizar, y tratar su propio camino vital. Coexistir y ser feliz en esa dinámica se me antoja complicado.
Pero no todo son malas noticias: la pandemia de Covid-19, que tristemente tantas y tantas vidas ha sesgado, muchas de ellas responsabilidad directa de dictadores incompetentes empática y emocionalmente en países como EE.UU, Brasil, Perú, etc, ha permitido que un sector de la sociedad se haya visto obligado a reflexionar durante la cuarentena, a salir de la dinámica acelerada, a dejar de pedalear y bajarse de la bicicleta y enfocar la vista de una manera más amplia. Están de actualidad noticias que hacen referencia a una particularidad realmente interesante, los miles de personas que están dejando sus trabajos de oficina, jornadas agotadoras, contratos basura... para conocerse y llevar a cabo un estilo de vida que coincida con lo que son y lo que quieren ser.
Quién sabe si esa reflexión obligada por la cuarentena ha permitido que se desarrollen individuos más felices, principal motor para hacer un mundo mejor para nosotros mismos y los que nos rodean.