OPINIÓN: ALMARAZ DE NUEVO (Y HARRISBURG Y TODAS LAS DEMÁS)
30 de Marzo de 2025
Hay tres elementos fundamentales que explican la descomunal campaña del supuesto auge de la energía nuclear, precisamente en el momento de su decadencia tecnológica y final de su funcionamiento a nivel mundial.
1.- El interés militar de vinculación con el átomo civil, en todos los procesos desde la explotación mineral del uranio hasta los residuos radiactivos.
2.- El subsidio económico, financiero y de seguros civiles de los estados a las empresas propietarias de las centrales.
3.- La ocultación sistemática del funcionamiento real de una tecnología siempre en riesgo con incidentes continuos, y produciendo residuos radiactivos altamente mortales.
El 28 de marzo de 1979 ocurrió el gran desastre nuclear de la ingeniería civil atómica en la unidad II de la central nuclear de Three Mile Island (estado de Pensilvania, EEUU) a los tres meses de funcionamiento.
Se desconectó el circuito encargado del suministro de agua a las turbinas de vapor, lo que provocó que dejara de funcionar el circuito de refrigeración del circuito primario. El sobrecalentamiento producido en el núcleo del reactor dio lugar a un aumento de la presión en el circuito primario.
Este aumento provocó la introducción de las barras de control destinadas a parar de forma automática el reactor nuclear. De este modo se liberaron gases con elevados niveles de radiación a la atmósfera (xenón y kriptón) y grandes cantidades de agua contaminada que fueron a parar al río.
Dos millones de personas estuvieron expuestas de inmediato a la radiación, según cifras de la NRC (Comisión Reguladora Nuclear de EE. UU). Más de 200.000 personas que vivían en la ciudad de Harrisburg y áreas cercanas tuvieron que abandonar sus hogares, cuyas áreas de evacuación superaron los 30 km.
Cuando, 6 años más tarde, se pudo entrar en el recinto afectado, se comprobó que se había fundido una parte del combustible nuclear. Desmantelar la central necesitó 14 años, con un coste total de cerca de 1.000 millones de dólares. Entre 1985 y 1990, se eliminaron de este lugar de Pensilvania casi 100 toneladas de combustible radiactivo.
El otro reactor, la unidad I, se reinició en 1985 cerrando en 2019, a pesar de tener licencia de funcionamiento hasta el 2035. La empresa propietaria lo hizo por "la falta de acción estatal para subsidiarla", a pesar de estar amortizada.
Todo esto nos suena mucho en este empecinado renacer de una industria electronuclear que no funcionaría sin rebajas fiscales, subvenciones, impuestos y tasas de todo tipo. La tecnología nuclear de uso comercial ya tiene 75 años y nunca ha podido demostrar un prototipo fiable tecnológicamente, a sabiendas de que todo lo relacionado con la seguridad nunca le ha preocupado.
Como siempre, la reacción fue ocultar víctimas afectadas de cáncer y solo un informe epidemiológico posterior (con datos entre 1975 y 1985 y publicado en 1997) contabilizó de dos a diez veces más casos de leucemia en adultos en zonas a favor del viento, casos de cáncer de pulmón de cuatro a seis veces, además de aumentos de malformaciones congénitas, de cánceres y de enfermedades psicológicas debidas al estrés sufrido por la población.
Son las denominadas 'victimas desconocidas de la radiactividad', personas afectadas que han marcado toda la historia del átomo (Cf: 'A reevaluation of cancer incidence near the Three Mile Island nuclear plant: the collision of evidence and assumptions').
Todo sucedió, curiosamente, cuando pocos días antes se acababa de estrenar el film 'El síndrome de China' (Jane Fonda y Jack Lemon), donde se especulaba sobre la fusión de un reactor nuclear, en la cual el material fundido resultante de este atraviesa la barrera de hormigón debajo de él y recorre la corteza terrestre hasta alcanzar el lado opuesto de los Estados Unidos (supuestamente China).
La catástrofe indujo al incremento de la movilización antinuclear estadounidense, poniendo en común el desarme y el movimiento feminista pacifista. Movilizaciones que Greenpeace había comenzado en Vancouver (1971) frente a las pruebas nucleares que EEUU llevaba en Alaska, enseguida creó una red internacional que llegó a España en 1982. Movimientos pacifistas, feministas, ecologistas y altermundialistas en conjunción que hoy pueden llegar a ser una respuesta al intento de volver a prolongar centrales nucleares y rearme europeo.
Se cree que la radiactividad es una amenaza solo para los que están en contacto con ella a través de los alivios atmosféricos y fluviales, pero la historia del átomo militar y civil ya ha dejado un medio ambiente en la Tierra que empieza a notar sus efectos. Cuando no llegó la noticia del polvo radiactivo en España, ya supimos que también en Francia lo habían detectado debido al cesio radiactivo de los experimentos nucleares que realizó Francia allá por los años 60 en el Sáhara argelino (Ver; Canal Extremadura, 2 de marzo de 2021).
Three Mile Island no fue el primer accidente grave en el mundo. Con el mismo nivel de peligrosidad (nivel 5, accidente con consecuencias importantes, de una escala de 7 según la INES) ocurrió en Canadá (diciembre 1952 y mayo 1958) y en Gran Bretaña (octubre 1957). Pero de nivel 6 ocurrió en Kyshtym (Montes Urales) en 1957 en una planta secreta de reprocesamiento de combustible nuclear, solo conocido veinte años mas tarde (Cf. para conocer un historial mucho más largo recomendamos; Repertorio de accidentes nucleares. (1945-1974) Revista Ecologie, 1975, e “Irradiados. Hablan las víctimas” Chugoku Shimbun. 1994).
Con este accidente de 1979, la industria del átomo estadounidense quedó tocada y tuvo que detener todos sus planes de desarrollo nuclear civil, pero, sin embargo, se encargó de vender sus modelos retirados al resto del mundo. Así llegó a España el modelo más extendido por todo el mundo: Westinghouse suministró la primera central nuclear española y, actualmente, cinco de las siete centrales nucleares operativas en el país están equipadas con tecnología Westinghouse. (CF: “La energía nuclear”. W.C. Patterson, con prólogo español de Pedro Costa Morata. 1986).
Efectivamente, la catástrofe del Harrsiburg en la unidad II era una central nuclear de agua a presión diseñada por Westinghouse, del mismo tipo que las españolas de Almaraz-1 y Almaraz-2, que no sirvió para tenerlo en cuenta dentro del programa nuclear preparado por los ingenieros de la dictadura franquista. (Cf: “Los ingenieros de Franco. Ciencia, catolicismo y guerra fría en el estado franquista”. L. Camprubí 2027)
De hecho, los dos reactores de Almaraz tuvieron cientos de incidentes desde el primer día de funcionamiento controlados por un ente regulador y de inspección denominado Junta de Energía Nuclear (JEN) herencia político- militar-civil. Con el estado democrático de Derecho, se creó el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN), falto de medios, y colocando a los mismos dueños de las centrales nucleares, cosa que ha ocurrido hasta su última reforma del año 2007, donde se recoge la obligación de informar al público y la obligación de los trabajadores de poner en conocimiento las deficiencias en seguridad. ( Cf: Informe de Adenex: “Breve historial de los dos grupos atómicos de Almaraz” 2025. 110 págs.)
Aun así, la falta absoluta de criterios en cuanto a garantizar una cultura de seguridad nuclear ha pesado hasta 2016, con quejas permanentes de las empresas propietarias a cualquier inversión, mejora y ampliación de la seguridad en las centrales.
Hasta 2016, todos los ministerios de Industria y Energía ha hecho poco uso de sus facultades para suspender autorizaciones o incumplimientos, sino que han salido fiadores siempre de las empresas en apuros frente a la opinión pública. Incluso siguen fallando en desarrollar los planes de emergencia exteriores de las centrales, en una falta de responsabilidad absoluta con respecto a la seguridad de las personas.
Lo que sí se ha conseguido en Europa con el accidente de Fukushima en 2011, por presión del movimiento internacional ecologista y de la opinión pública antinuclear, es la revisión completa del estado de las centrales nucleares en cada país. De esta manera, Alemania decidió cerrar todas, lo cual ha realizado en abril de 2023.
España acordó hacerlo primeramente con todas las de combustibles fósiles (diciembre 2025) por el empuje de las renovables, para seguir con un cierre escalonado de todo el parque nuclear de acuerdo con las empresas propietarias que veían excesivo el coste económico al tener que contemplar todos los requerimientos post-Fukushima (Informe Geenpeace 'Las lecciones de Fukushima' 2012, y 'Lecciones no aprendidas en Almaraz' 2021).
Desde luego, España no está a contracorriente con su política pactada en 2019 con las dueñas de las centrales nucleares. Sí lo está con políticas que pretenden nacionalizar las centrales nucleares, como tiene Francia y ahora ha resuelto Bélgica comprando la mitad de sus acciones, a fin de prolongar las suyas, es decir, cediendo a la presión del loby francés una vez fracasados los nuevos prototipos de cuarta generación.
Todas las centrales nucleares en España han subsistido hasta ahora gracias a concesiones de mercado prioritarias, así como por no haber abonado las tasas correspondientes a la generación de unos residuos radiactivos que solo ellos han producido.
Por eso, las empresas propietarias pactaron un cierre que les beneficia económicamente y además no se arriesgan a la probabilidad del accidente, siendo ya las primeras, de manera desafiante y consentida, en el mercado de renovables.