23 Noviembre 2024
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OPINIÓN: El silencio de los muertos

OPINIÓN: El silencio de los muertos

Aunque no es agradable hablar de la muerte, con más de 23.000 fallecidos con motivo de la pandemia del coronavirus, creemos necesario afrontar el tema porque, para muchos, es una cuestión ética y de conciencia que trasciende la otra crisis que nos espera.

Si ahora dijésemos que han fallecido 399 personas en accidente de tráfico, el día anterior 410, el anterior 565, el día posterior 430 y el siguiente 435, sería tal la conmoción social que muchos perderían el equilibrio ante tales noticias, y, casi obligatoriamente tendría que dimitir, al menos, el ministro del ramo. El contraste está en que los expertos lleguen a considerar como un éxito el que hayamos bajado de 400 fallecidos. Hasta tal punto nos hemos ido acostumbrando a contar los muertos como el que cuenta cualquier otra cosa intrascendente.

¿Cuál es la diferencia?, quizás el que los fallecidos por el virus parece que mueren de una muerte normal, natural, por la edad, etc. Como si tuviéramos el hábito de contemplar la muerte en esas dimensiones como un fenómeno corriente con el que ya estamos acostumbrados.

La realidad no es así, muchos de los fallecidos con el virus hubieran podido continuar su vida con normalidad. Muchos españoles han fallecido de modo inesperado y es posible que, con los medios adecuados, hubieran podido superar esta gran tragedia. En algo hemos fallado para no poder evitar que más de veintitrés mil españoles (23.190 hasta ahora), hayan perdido la vida, aunque, como es lógico, sean más responsables los que tienen el poder que los que no lo tienen.

La verdad es que no es la única nación en la que ocurre algo parecido, aunque esto no sea un consuelo para nadie y menos para los que han perdido alguno de sus seres queridos. La muerte siempre sorprende, pero más de 23.000 muertos en poco más de un mes requiere una reflexión profunda y revisar nuestros valores y nuestra atención sanitaria, especialmente a nuestros mayores, sin querer condenar a nadie como responsables directos ni voluntarios.

Quizás, nos invade a todos un sentimiento de responsabilidad por no haber podido evitarlo. Pero solo el pensar la imposible compañía de las personas queridas en el trance supremo de la vida, supone un trauma mayor.

Por otra parte, el desamparo por la edad de los mayores de 80 años, parece como una condena, o una discriminación que, éticamente, deja muchos problemas sin resolver y muchas conciencias atormentadas. La palabra eutanasia ha sonado, en la mente de algunos, como el descarte de los que ya son, socialmente, menos rentables. Las personas siguen siendo personas mientras vivan y, cuando esto ocurre con los propios padres o algún familiar, la conciencia y la ética conmueven los sentimientos más profundos de un modo especial.

Aunque el duelo no sea lo más importante, el pueblo español tiene que vivir ese duelo dada la magnitud de la tragedia. Nos gustaría un desagravio a los que han podido sentirse desahuciados por la edad.

En este sentido, queríamos recordar que las residencias de mayores necesitan un replanteamiento de forma que no se parezcan en nada a un gueto y que tengan la asistencia sanitaria a un nivel similar a un hospital.

En lo que respecta a Extremadura, tenemos terreno abundante para hacer residencias que cubran todas las necesidades que hemos descubierto, de forma tan brutal, con esta epidemia que ha afectado a toda España y a medio mundo. Es necesario un cambio radical en las residencias de mayores. No pueden ser un foco de infección, ni que puedan sentirse separados de su mundo habitual y familiar.

POR: Pedro Cañada (Extremadura Unida).