OPINIÓN: Formas y contenido. Seguridad e incertidumbre
Las reglas, ¿por encima del bien reglado?
Asumimos en las palabras el contenido de la realidad y nos enzarzamos, a veces, en algo que no es lo real, sino su imagen, su representación. Este doble mundo en que vivimos, con frecuencia equivocados, nos lleva a situaciones increíbles. Se sacrifica la realidad por la ficción, por la representación que nos hacemos de ella. Se le quita la vida al que de verdad la tiene. Rosas de papel sustituyen al rosal y nos engañamos a nosotros mismos. Ya no es necesaria la verdad, basta la ficción, lo aparente, lo falso.
Es difícil comprender que “valga” más el envoltorio que el regalo que va dentro. Esto nos ocurre con demasiada frecuencia en temas trascendentales para la propia supervivencia como personas y como pueblos, pero es, a veces, inútil recordarlo porque nuestro mundo es el de la ficción, no el de la realidad misma. Vivimos en la pura simulación, en la representación, en el teatro; por eso, el teatro no desaparecerá nunca. La vida, la realidad, se mueve a otros niveles que, a veces, ni siquiera detectamos.
No se puede pedir a todo el mundo que se ponga a este nivel de abstracción para comprender muchas cosas de las que están ocurriendo entre nosotros. Pero hay muchos, y muy inteligentes, que lo entienden aunque, aparentemente, pretendan ignorarlo.
De la afirmación primera de Aristóteles, en la que nos dice que toda realidad material está compuesta de materia y forma, se ha modificado tanto su contenido que, en ocasiones, se ha establecido la forma como forma y contenido, y nos quedamos tan panchos. Es muy probable que sea una exageración decir que nos hemos quedado con la forma (no sustancial) sin el contenido correspondiente, y gran parte de los pensantes vivimos un “formalismo” que confunde más que aclara.
Si aplicamos este modo de pensar y actuar a la realidad social y la comunicación humana, veremos cuánto despropósito se esconde en el uso de expresiones, en el fondo, equívocas, pero que se imponen por encima de la lógica y del rigor terminológico. Como si camináramos sobre un mundo de fantasías, de manipulaciones del lenguaje, sin pisar la tierra firme de un saber riguroso, de unos principios que no cambiarían si fueran principios. Me ha hecho ilusión escuchar a algún economista diciendo que los economistas más prestigiosos han cometido errores, pero siguen sus escritos como principios y esos errores se repiten por su autoridad. La autoridad es el menor de los argumentos en filosofía. Los errores se transmiten, a veces, con la mayor buena fe, pero no dejan de ser errores que condicionan nuestra vida y nuestro futuro.
El lenguaje, la comunicación entre los hombres, es una necesidad y una gran riqueza humana; pero no podemos olvidar que se están mezclando principios lógicos con emociones, con terminologías equívocas, lenguaje corriente y lenguaje científico.
En cualquier ciencia, los principios deberían ser puestos en cuestión como estrategia de un saber riguroso. Si los principios más exigentes, como el de no contradicción de la lógica, se pueden poner en entredicho por la simple consideración del tiempo, qué podemos decir de principios que son simple fruto de la repetida experiencia.
Parece, el suelo, tan blando que todo podría hundirse a cada paso. Necesitamos tener seguridades para poder vivir en sociedad, de una forma clara y transparente; pero se impone el oscurantismo con demasiada frecuencia porque no se busca la verdad, sino el manejo de los demás, la imposición del poder por encima de la ética, de la justicia, de la equidad.
¿Por qué tanto interés en confundir a los demás, calificando como monstruosa aquella realidad que no nos gusta, a sabiendas de que estamos falseando la opinión de un contrario? No es cuestión de error al que estamos sometidos todos, sino de intentar dar una imagen falsa de una realidad que no nos gusta. Los que aman la verdad, no pueden permitirse la licencia de crear monstruos verbales sin contenidos reales. La incertidumbre se presenta, a veces, como una moda contemporánea, pero la razón no reposa sobre la incertidumbre ni la propaganda.