OPINIÓN: La atroz muerte del olvido
Siempre se ensalzó en virtudes la figura de todo aquel que moría. Nuestra sociedad, de modo inconsciente, de igual modo que “levanta” en honores a alguien, al tiempo lo deja caer precipitándose al despiadado limbo de los olvidados. ¡Cuántas celebridades de todos los tiempos han sido laureados como los números uno en nuestros rankings de mayor estima y con el trascurso del tiempo han ido posicionándose los últimos de un largo listado!
Ahora vemos la infinitud de publicaciones de Jesús Quintero con muestras de cariño, condolencias y elevando en reconocimientos su loable carrera radiofónica y televisiva como periodista de élite. Casualmente, casi todos comparten cariñosamente el apelativo de “maestro”, precisamente por ser el propulsor de un novedoso periodismo en anteriores décadas. Es justo reconocer a alguien que compartimos en la retina del recuerdo de otras etapas de nuestra añorada vida.
Pero la triste realidad es que a pocos nos ha interesado el paradero actual de este genio de la televisión. Y no es algo que ni siquiera sirva para echar en cara, pues como digo, forma parte de nuestro ADN social. Lo actual va abriéndose paso en los primeros planos de nuestra atención, y postergando aquello que ya viene de lejos a posiciones poco llamativas, o rozando la indiferencia.
Sabíamos por la televisión de la compleja situación actual que atravesaba Jesús en cuanto a su delicado estado de salud, y cómo fue ingresado en la residencia Nuestra Señora de los Remedios del municipio gaditano de Ubrique. Su familia había optado al internamiento del periodista en dicha institución, para que “recibiera la atención adecuada a sus achaques y problemas de salud”.
Alejado injustamente durante años de las cámaras de aquella televisión andaluza, a la que tantos años se consagró y dio momentos de liderazgo televisivo, sus más íntimos afirmaban el malestar de Jesús de no haber continuado haciendo lo que más le gustaba, ante una “forzosa jubilación” en la que ni tan siquiera le dejaron despedirse de sus telespectadores.
Lejos quedaba aquel magnífico comunicador de las ondas, que fue padre de un sinfín de programas taciturnos para el entretenimiento y la difusión cultural de una época. Había sido pregonero del carnaval de Cádiz, donde acuñó la melódica frase: “Esto es Cádiz, y aquí hay que mamar”. De igual modo el periodista intentó hacer sus pinitos como empresario en pro a la cultura hispalense, abriendo el que fuera cine Pathé, y creando su teatro de la Calle Cuna: “El Teatro Quintero”. Por allí desfilarían tantos artistas del momento, favoreciendo el folklore del flamenco, habiendo sido la debilidad del propio Jesús Quintero, que se sentía andaluz “por los cuatro costaos”.
En sus últimos años de decadencia económica no marcharon bien sus fracasados negocios, con la creación de Radio América y el restaurante “Montpensier”. Hicieron como un castillo de naipes que cayera a pique su economía que tanto esfuerzo y años de trabajo le habían reportado, siendo incluso embargado su “templo” del espectáculo, como fue su teatro. También tuvo que poner a la venta su ático de la Calle Placentines, un edificio en propiedad que disponía de tres plantas, donde Jesús tenía adaptada la primera planta del inmueble a estancias para sus invitados, mientras él, vivía en el ático en su parte superior. El periodista había mandado construir una jaima acristalada, desde donde discurría las mejores vistas de la ciudad sevillana, incluido la propia Giralda.
Los nefastos negocios fueron el café “Montpensier”, un palacete en el parque María Luisa decorado al estilo victoriano, y el Teatro Quintero, que acabaría alquilando por 15 años y en el que invirtió unos 4 millones de euros. Finalmente, al no renovarse el contrato, lo perdería todo. También perdió propiedades a causa del escándalo financiero del “Ausbanc”, y su relación con Luis Pineda. De sus últimos años, se sabía que Quintero vivía en la urbanización Novo Portal, en Huelva. Una casa al más puro estilo 'hippy' y que contaba con espectacular porche en su jardín.
Se sabe que para acudir a la emisora de la vecina calle Conteros, el periodista haría construir un puente que le permitía evitar lo que más le agobiaba: “la gente”. Además, entre su casa y la segunda planta tenía un montacargas para una única misión: subir y bajar la ropa que guardaba celosamente en un piso concebido exclusivamente como armario. Fue un Amante y coleccionista de prendas de vestir de primeras marcas, llevando en ocasiones prendas que superaban en valor los 30.000 euros. Su debilidad siempre fue ir a Marbella y comprar en tiendas de Gucci, Tom Ford, Yves Saint-Laurent. En una ocasión llegó a comprar la colección completa de John Galliano para Dior, con estampados de periódicos. Un nivel de vida que no todos habían visto con buenos ojos.
A pesar del letargo mediático en el que no se supo nada del periodista, este jamás había tirado la toalla en su carrera. Tanto es así, que había comunicado a algunos diarios el año pasado su intención -tras saludables mejoras- de tener su propia radio y televisión.
Jesús Quintero a lo largo de su trayectoria profesional había sido reconocido con dos Premios Ondas, una Antena de Oro, la Medalla de Andalucía y el premio de Periodismo Rey de España, entre otros.
Seguro que muchos no sabían de los graves problemas económicos que atravesaba este afamado onubense, que le propiciaron la ruina ante sus deudas, a pesar de su dilatada carrera profesional. Algo que desde su propia familia siempre se defendió como un rumor. Algunos más atrevidos dicen que Jesús vivió muy por encima de sus posibilidades, haciendo ostentación de una desmesurada y opulenta vida de caprichosas excentricidades, como la adquisición de su coche todoterreno Hummer de color rojo, con el que nos sobrecogió en junio de 2016, tras el aparatoso accidente en el que volcó sin sufrir lesiones importantes ocasionado en las carreteras de Cartaya, Huelva.
Tras el fatal accidente el día 13 de julio, el periodista acentuó aún más si cabe su peculiar sentido supersticioso, optando por no viajar nunca los 13 de cada mes. Era sabido en algunos círculos más íntimos su terror a volar, pidiendo a través de su secretaria las características anticipadas del avión en el que realizaría el viaje.
A pesar de su desplome económico, jamás se deshizo de sus dos coches de lujo: un Bentley, valorado en 200.000 euros customizado, y su Hammer: un vehículo de casi 100.000 euros que apenas cabía en las estrechas calles de Sevilla.
Su privacidad siempre fue el motor de su vida. Tenía dos hijas: Andrea y Lola, de dos relaciones diferentes. Esta última es fruto de la relación que tuvo con la periodista Joana Bonet, ex directora de Marie Claire.