Vaya por donde vaya últimamente, hay un olor nauseabundo que recorre mi pituitaria al pasear por la zona centro de mi ciudad, Badajoz.
Desde los alrededores de la plaza Conquistadores hasta San Francisco, incluyendo los entornos de la subida al campillo desde San Andrés, el olor que se detecta sin necesidad de tener amigos domésticos de compañía (aún me cuesta lo de 'gatihijo' y 'perrihijo', pese a tener 2 canes y 2 gatos).
Huelga decir que la responsabilidad del hecho en sí se encuentra muy alejada del animal -cuadrúpedo - de compañía. Al menos, según mi percepción, que no deja de ser una opinión y no tiene por qué ser compartida. Desde el punto de vista de esta humilde trabajadora, las culpas compartidas, son menos, al igual que las penas.
Por un lado, tenemos a los propietarios de los citados 'perretes'; que si, al igual que la pertinente y a ratos hasta gratuita bolsa, llevaran una botellita de agua en combinación con su detergente de platos de confianza, ahorrarían mucho trabajo a mucha gente, por empatía y civismo básicos. Llámenme rara, que quizá sean cosas mías...
Por el otro, tenemos a quienes gestionan el número de operarios de limpieza que requiere una ciudad como Badajoz en septiembre, donde suele haber días de hasta 35 °C. Y aunque el calor del verano ya ha pasado, el Veranillo de San Miguel o de San Martín pueden venir para quedarse un tiempo en esta, nuestra querida tierra.
Y créanme cuando les digo, que los trabajadores del servicio de limpieza hacen mucho y muy bien su trabajo, que mi barrio amanece y anochece con las calles bien regadas.
Por todo ello, si los unos aportan sus gotitas de agua embotellada, y los otros amplían el número de operarios, (o la cantidad económica de la concesión pertinente en caso de privatización), tendremos calles que además de limpias, huelan a Badajoz. Que es a lo que tiene que oler mi maravillosa ciudad.