OPINIÓN: ¿Dios ha muerto? ¿Han asesinado a la verdad?
Este postulado de Nietzsche no deja de ser una fantasía literaria. Las metáforas, las alegorías, sugieren mucho, pero prueban poco y, a veces, nada. Pero, cuando se ponen de moda, ocurre como con la “DANA o la gota fría”, que se llevan por delante todo lo que encuentran y avasallan irracionalmente a aquellos que no estaban preparados para la autodefensa física o intelectual.
El rechazo de Nietzsche a la moral cristiana solidaria, en la que prima el amor por encima de otras consideraciones egoístas, trae consigo una fuerza subterránea y está desembocando, sin el rigor necesario, en otras corrientes ideológicas y técnicas.
Nietzsche es un gran literato, filósofo autodidacta, que domina el lenguaje y, a veces, lanza adjetivos a granel que, simplemente, sugieren tantas novedades y matices como adjetivos, aunque en la siguiente afirmación niegue lo que ha dicho anteriormente.
Para Nietzsche, la ética cristiana de compasión y de solidaridad con el débil, con el necesitado, es considerada como una moral del “rebaño”, decadente, falsa, nihilista, porque se fundamenta en las leyes atribuidas a un Dios y a una realidad que, para él, no existen. Prefiere la moral de los “señores”, de la aristocracia. Ese otro mundo no existe y hay que desecharlo porque nos lleva a la nada.
Según su proclama, “Dios ha muerto”, hay que eliminar todas esas “leyes y verdades” que provendrían de Él. Los conceptos, las esencias, las definiciones, la piel de las cosas, la ética, según parece, niegan el devenir, el cambio permanente y convierten en prisioneros a los individuos. ¿Preferiría un mundo sin piel, desollado? Todo esto, todo lo heredado, debe ser destruido para crear una naturaleza nueva a gusto del hombre, el nuevo Dios. Todo está permitido, nada prohibido.
En la frase “hay que ayudar a caer al que cae y a levantarse al que se levanta” se resume su visión ética de la vida. “Inhumano, demasiado inhumano”. Piensa que no se puede mejorar el nivel de la especie humana si nos dedicamos a ayudar a los débiles, en lugar de favorecer al fuerte, al que lucha, al que gana, al que triunfa.
Si nos dirigimos a los que han sufrido la tragedia de la DANA con esta moral inhumana, ¿qué podríamos hacer? ¿Dejar “caer al que cae” para que la especie mejore con los fuertes, con los poderosos, y desaparezcan los débiles, los que necesitan ayuda para salir de este u otros traumas?
Afortunadamente, el pueblo español se ha volcado en socorrer a los que han perdido todo, incluso la vida. Solo los ladrones inaprensivos han tratado de robar en estas circunstancias.
Esta moral, rechazada por Nietzsche por decadente, por débil, por su referencia a la religión cristiana, es la que el pueblo entiende y desea por encima de fantasías y especulaciones teóricas egoístas, inhumanas e injustificadas. El sentido común permanece en el pueblo.
¿Qué solución nos trae con el superhombre, esos pequeños diosecitos, campeones de su nivel óptimo de desarrollo? Nos quedamos con la ética cristiana solidaria, generosa, capaz de ayudar y consolar a los débiles, a los que lo necesitan. No estamos ante un concurso de ganado que mejore la raza, se trata de los hombres, de esta clase de hombres que somos, no de otra clase de seres no humanos. No pretendemos dejar de ser humanos para convertirnos en trans-humanos, en semidioses.
Nietzsche ha influido mucho con sus sugerencias, rompiendo lindes y fronteras, en algunos intelectuales y filósofos; pero si tuviéramos que aplicar su moral insolidaria, más propia del granjero que elimina a los animales menos rentables para que triunfe el más fuerte, posiblemente no saldría con vida en una situación como la de Valencia.
Sus admirables frases lapidarias y tan sugerentes cometen el error de considerar la metáfora como realidad, las sugerencias como pruebas apodícticas.
La verdad que niega a los demás la convierte en sugerencias interesantes, pero sugerencias.