OPINIÓN: El futuro de la humanidad y la ética
13 de Diciembre de 2024
Ante algunas corrientes intelectuales e ideológicas que pretenden hacer de la ética algo desfasado e inservible en nuestra época, vemos las reacciones del pueblo con la desgracia ajena. Es admirable la reacción de la gente en general, capaz de grandes sacrificios con personas desconocidas. Algo hay en la mente humana, por encima de manipulaciones, que lleva a esta solidaridad.
Algunas corrientes pretenden superar el humanismo para instalarse en una etapa supra humana, con gran desprecio a lo que somos como hombres. A los que tratan de superar el concepto de humanismo parecería que les sobran los derechos humanos para conseguir una nueva etapa en la que desaparecerá el humanismo y tendremos que hablar del posthumanismo.
Estas corrientes que pretenden superar el humanismo, como algo que hay que dejar atrás para llegar a una etapa superior en la que se trascienda la humanidad, con la aportación de las máquinas, de la inteligencia artificial, de la ingeniería genética, requeriría una reflexión profunda, independientemente de que la ingeniería genética pueda hacer grandes progresos en la solución de enfermedades y nuevas soluciones con la inteligencia artificial.
¿Quién va a estar en contra de que la inteligencia artificial, la ingeniería genética, el progreso, se instale de forma especial entre nosotros y podamos eliminar los problemas y el dolor de la humanidad con tantas enfermedades?
Se ha llegado a valorar la inteligencia de forma que un robot, al que se llenaría de datos, se le considerara una persona. Cuántas veces hemos oído ese deseo de perfección en todos los aspectos, pero siempre con la reserva de no perder la propia identidad. Para algunos, esa etapa está superada. Preferirían ser otra cosa superior al hombre, dejando de ser humanos.
Aunque estas elucubraciones no dejen de ser, por ahora, fantasías de ciencia ficción, parece que hay gente dispuesta a ese cambio radical en el que el hombre sería, para esa “especie superior”, una conquista próxima y, si se elimina la ética de la convivencia humana, podríamos hacer todo lo que sea posible hacer, sin tener en cuenta unas normas éticas que pusieran orden y respeto al hombre, a la humanidad.
¿Para qué serviría que a una persona, para aumentar su capacidad intelectiva, le cambiaran el cerebro por el de un robot mil veces superior a su inteligencia actual si la persona deja de ser persona y lo convierten en un robot superinteligente pero no humano? ¿Habrá alguien que prefiera perder su yo personal, humano, por tener encima de los hombros un aparato lleno de información y de sabiduría, pero que no sería el sujeto personal que lo desea?
Pensamos que estas fantasías de ciencia ficción que pretenden cambiar la mente humana por un artificio no humano serían una alienación. Entregarse a la técnica perdiendo la identidad sería dejar de ser hombre por esa suplantación de algo extrahumano, superhumano o inhumano.
No se trata de poner obstáculos a un progreso racional para la humanidad. Por el contrario, todo aquello que pueda servir al hombre para vivir mejor, para durar en la vida sin problemas evitables, incluso para prolongarla indefinidamente, lo consideramos enormemente positivo.
El dejar de ser hombres para convertirse en máquinas, es otra cosa. Bienvenidas las “máquinas”, pero “oigo gritar a Unamuno”: ¡mi yo, … que me arrebatan mi yo”. La admiración por el saber, por el control de la energía, de la materia en general, puede ser un instrumento al servicio de la humanidad; pero poner la humanidad al servicio de una inteligencia superior, del poder, no parece un atractivo recomendable ni asumible, si hay que perder la propia identidad.
Si la ética y los valores humanos desaparecen, lo que puede llegar a ser un paraíso en la tierra, podría convertirse justamente en lo contrario.
La ciencia pura, la del conocer, podríamos considerarla necesaria, útil, deseable. El problema vendrá de la técnica, de la finalidad que se le quiera dar a la ciencia, de por sí limpia y sana, el para qué. La finalidad es lo que puede hacerlo indeseable por inhumano.
El cambio de naturaleza, promovida por los que proclaman que Dios ha muerto y que son los hombres los “nuevos dioses” que tienen que cambiar la naturaleza humana heredada por la que deben crear los “nuevos dioses”, requiere una reflexión lo suficientemente seria para no caer en errores fundamentales.
El rechazo, por Nietzsche, de las ideas heredadas, de los conceptos, de las esencias, de la piel de las cosas, para facilitar el conocimiento masivo sin límites, sin fronteras, sin distinciones, sería sacrificar todo lo que existe y los instrumentos para conseguirlo por una destrucción de lo existente y dejarlo en lo indefinido, lo inidentificable, el arjé o la materia prima de los griegos.
A partir de ahí, los “nuevos dioses” harían las nuevas esencias, los nuevos conceptos totalmente distintos a los actuales. Pero no comprendemos que se quiera prescindir de todos aquellos instrumentos que sirvieron a la humanidad para controlar el mundo, para poder vivir entre las cosas y superar, en parte, el devenir fluyente e incontrolable por los “pantanos” o conceptos que sitúan al devenir y permiten que las aguas del río universal sean controladas por los conceptos que identifican la duración del ser.
Nietzsche se montó en la sombra del ser y cabalga desbocado en el nihilismo, en la nada que tanto criticaba. Gracias a los conceptos, a las esencias, a las lindes, las fronteras y la piel de las cosas, el hombre puede identificar al ser que camina y retener al río universal identificando la realidad que usa para sobrevivir y progresar. No se pueden construir castillos sobre la nada. Si el ser no está presente, el devenir no existe.