10 Enero 2025
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OPINIÓN: El proyecto del diablo

Luis Pacheco, portavoz de SOS Casco Antiguo

7 de Diciembre de 2023

OPINIÓN: El proyecto del diablo

 

A mi vecina le compraron su casa por cuarenta y tres mil euros, el hogar de sus padres y hermanos, el de su única hija. "Coge este dinero —le dijeron—, o te llevaremos ante el juez para expropiarte y una noche llamará a tu puerta la Guardia Civil; entonces te verás en la calle con tus muebles, y encima sacarás menos. A cambio —añadieron, magnánimos—, te ofrecemos también una casa en alquiler, en el Gurugú, y podrás pagarnos las rentas con el dinero que te damos". El negocio era redondo. Para ellos, claro. No tanto para mi vecina.

 

Así, metiendo miedo en el alma, fue como el Ayuntamiento se hizo con la propiedad, amparado en un supuesto interés general llamado ´Proyecto Campillo’. Hoy, aquel hogar, antaño vivo, es un montón de ripios empapados donde crece la mala hierba.

 

Como este hogar, ahora destruido, cayeron otros tantos, tumbados por el miedo, y sus escombros son túmulos grises en un camposanto de diecisiete mil metros cuadrados de mentiras. El Campillo es una obra muerta, un cementerio que sepultureros mezquinos y soberbios excavaron sobre la tierra de los vivos. Metieron sus palas, y sus zarpas, para escarbar en los hogares y atracarse de gusanos.

 

El Campillo lo diseñó un diablo vanidoso tirando trazos sobre un plano hecho con jirones de piel humana, y los políticos le compraron el maldito proyecto. La vanidad ya la traían de fábrica. Con ello ganaron los focos y los aplausos, se entregaron con deleite al culto de sus egos; frente a los medios, posaron con la mejor de sus sonrisas mostrando mapas, desglosando cifras, datos, tiempos, recetando millones como aspirinas. Fueron días de vino y rosas.

 

Pero el regalo de un diablo siempre oculta un alto precio. Veinte años han pasado desde entonces. Veinte años de abominación y castigo de inocentes. Veinte años de descrédito para quienes quisieron —y quieren— sacar rédito con una dádiva maldita. Veinte de promesas huecas como las cuencas de una calavera, como una tumba vacía.

 

Con el tiempo ha aflorado la podredumbre de un proyecto viciado, como afloró también la dura roca descarnada que es, hoy, la nueva excusa con la que tratar de esconder sus vergüenzas.

 

Dos mil veinticuatro, dicen ellos, será el año de la redención, del fin del suplicio, de la vana justicia para quienes, como mi vecina, perdieron su hogar en este desatino. Pero yo no les creo. Los vecinos no les creemos. Cómo íbamos a creerles si los túmulos están ahí y apestan a cadáver insepulto.