OPINIÓN: ¿Hasta dónde somos capaces de vender nuestras alegrías y penas por un click?
Hoy en día lo que es privado y lo que es público está tan mezclado que ya casi ni distinguimos. Las redes sociales, que nacieron como espacios para compartir y conectar, se han convertido en vitrinas donde mostramos todo tipo de emociones. Ya sean las alegrías más grandes o las penas más profundas, las ponemos en exhibición, y muchas veces hasta las convertimos en moneda de cambio por un ‘like’, un comentario, un clic.
Pero, ¿qué significa esto realmente? Mostrar lo bueno que nos pasa parece inofensivo, incluso bonito. Publicar una boda, un nuevo trabajo o la llegada de un bebé puede hacernos sentir más cerca de los demás, además de proyectar esa imagen de "todo va bien en mi vida".
El problema es cuando esto se vuelve una competencia silenciosa. Es como un mercado donde las cosas más felices que nos pasan parecen importar solo si reciben el visto bueno de los demás. ¿No estaremos sacrificando lo auténtico en el proceso? ¿Estamos contando nuestra historia o armando un escaparate para la audiencia?
Y lo mismo pasa con el otro lado: las penas. Claro, compartir el dolor puede ser un acto de sinceridad o una forma de buscar apoyo, pero también hay veces que se siente más como un show. Hay tragedias que terminan convertidas en espectáculos públicos, alimentando un ciclo de empatía superficial y likes vacíos. Incluso los momentos más personales y dolorosos pueden convertirse en algo comercial, y así perdemos el significado de lo íntimo.
Además, hay algo que casi nadie menciona: ¿qué tan ético es esto? Muchas veces subimos cosas que también involucran a otros: amigos, pareja, familia, hasta nuestros hijos. Y ellos, ¿dieron su permiso para estar en este escaparate emocional?
Ahora, no todo es malo. Las redes han ayudado a dar visibilidad a causas importantes y a conectar con personas de maneras increíbles. Pero el lío empieza cuando nuestra autoestima y nuestra felicidad dependen de los números: cuántos likes, cuántos comentarios, cuántos seguidores. Y entonces perdemos de vista lo que realmente importa, lo que no se puede medir con métricas.
Al final, vender nuestras alegrías y penas por un clic tiene que ver con algo muy humano: ese deseo de ser vistos, reconocidos, de que alguien nos entienda. Pero tal vez ha llegado el momento de cuestionarnos si estamos buscando en el lugar correcto. Quizás el desafío no sea dejar de publicar, sino recordar que nuestro valor como personas no depende de lo que pasa en una pantalla.