8 Septiembre 2024
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OPINIÓN: Origen y evolución de las hermandades y cofradías

OPINIÓN: origen y evolución de las hermandades y cofradías

 

Etimológicamente “hermandad” y “cofradía” significan lo mismo, ya que hermandad proviene de la palabra “germanus” (= hermano carnal) y cofradía de “cum fratre” (= con el hermano).  Al movernos en el ámbito cristiano católico, las Cofradías cristianas y, por ende, las Hermandades y Cofradías católicas serían asociaciones de clérigos, religiosos y laicos, o sólo de clérigos, o sólo de laicos, o solo de religiosos, hombres y mujeres, en el seno de la Iglesia Católica. No se trataría de cualquier asociación creada en el seno de otras iglesias o confesiones cristianas, otras religiones, poderes públicos o económicos, sino sólo aquellas que se crean exclusivamente en el ámbito de la religión y organización eclesial católica.

 

Durante el pontificado del Papa Inocencio III (1198-1216), para socorrer a los peregrinos, enfermos y pobres, se crean asociaciones de carácter laico y caritativo, y muchas veces a instancias e impulso de la aristocracia ciudadana, seguramente queriendo ver en esta actividad una forma de acercarse a la religión católica llevando a cabo distintos cultos y asistencia, y que es precisamente lo que las diferenciará de las organizaciones propiamente clericales y monásticas. Sus miembros, además de dedicarse a fines religiosos como la oración en común y la adoración del Santísimo Sacramento, se comprometían en obras de asistencia en base a los principios de fraternidad y de solidaridad. Fundadas sobre la asistencia al prójimo, las Cofradías se convierten en foco de solidaridad cuando los asociados se comprometen a la asistencia recíproca e incluso económica cuando era el caso de enfermedades graves o muerte de sus miembros. La asistencia a moribundos, su sepultura y la asistencia a los condenados a muerte, fueron compromisos que se mantuvie-ron constantes en muchas de las Cofradías.

 

Sin embargo, desde el siglo XI existieron formas genéricas y agrupaciones cofrades cuyas finalidades y actividades se identificaban más con las llamadas Cofradías gremiales que se caracterizaban por tener un carácter cerrado y cuyos miembros eran integrantes de un mismo oficio o profesión. Se trataba de iniciativas particulares de grupos sensibilizados por su profesión, con finalidades benéficas o de caridad en relación a su entorno profesional. Estas agrupaciones gremiales se mantuvieron con dicho carácter particular hasta el siglo XV, momento en que se abren a lo social, con un carácter económico y con fundamentos religiosos. Aparecen entonces las “Cofradías de pasión” o “de penitencia” con un centro devocional marcado en imágenes pasionistas, de crucificados y de vírgenes.  Pasado un tiempo las Cofradías fueron incorporando otros fines como el entierro de fallecidos, la asistencia a hermanos enfermos a través de la construcción de hospitales, la atención a los presos y a las viudas, la evangelización de conversos, etc., todo ello en función de su mayor o menor capacidad económica, y en la mayoría de los casos, con los solos recursos procedentes de los hermanos.

 

A partir de la segunda mitad del siglo XV y principios del siglo XVI se extienden por toda la geografía española, con un carácter más organizativo en su estructura, unas advocaciones, unos fines religiosos y asistenciales, un régimen económico, una estructura de gobierno, etc., todo ello materializado en sus Reglas o Estatutos o Constituciones fundacionales a modo de cuerpo normativo que le impone un carácter institucional y corporativo, tanto civil como jurídico. Se configuran entonces distintos modelos de Cofradías, siendo las de mayor repercusión las de pasión o de penitencia, que potenciaban la contemplación pública de la pasión y muerte de Jesucristo, a modo de catequesis pública con la intención de mover las conciencias para potenciar la penitencia y purgar, de alguna forma, culpas individuales y colectivas. Es la razón última del cortejo procesional en la estación de penitencia.

 

Durante el siglo XV el misticismo popular a imitación de Cristo, también popularizó el culto a las Siete Palabras y a todos aquellos elementos relacionados con la crucifixión como los clavos o la corona de espinas, fervor éste que potenció la creación de las llamadas Cofradías de Disciplinantes o Flagelantes, casi siembre bajo la advocación de Sangre de Jesucristo o de la Vera Cruz, y con manifestación de flagelación pública de sus devotos. Estas Cofradías tuvieron mucho éxito y contaban con muchos hermanos, aunque no todos eran disciplinantes.

 

En los inicios del siglo XVI las Cofradías incorporan a sus Reglas y Estatutos la práctica de procesionar con sus imágenes titulares durante la Semana Santa, con títulos y advocaciones pasionistas. El cortejo procesional se convierte en la estación de penitencia de los hermanos cofrades, manteniendo en la misma “flagelantes” o “hermanos de sangre” y otros encadenados o portando pesadas cruces durante el recorrido procesional.

 

En una época convulsa marcada por el afianzamiento por parte de la Iglesia Católica de la ortodoxia frente a la Reforma Protestante iniciada por Lutero,  el Concilio de Trento reunido desde 1545 a 1563, declaró entonces que “… se deben tener y conservar, principalmente en los templos, las imágenes de Cristo, de la Virgen madre de Dios y de otros santos, y que se les debe dar el correspondiente honor y veneración”   Durante el siglo XVII se produce un incremento del contenido de las Cofradías y se promueven vínculos con los nuevos santos de la Contrarreforma, permitiéndose la participación de mujeres que son admitidas para recitar “a coros” en las oraciones de la Virgen del Rosario. Será en esta época cuanto mayor apogeo tendrán las Hermandades y Cofradías que, además del socorro mutuo, gozaban de los privilegios de sepultura eclesiástica y del sufragio de las almas, llegando al punto de poder liberar a un condenado a muerte al año. Las Cofradías de pasión y penitencia incorporan a sus Reglas las acciones de caridad, socorro y entierro, y desde el punto de vista artístico se identifican con la expresión barroca, dando suntuosidad a los desfiles procesionales y un canal adecuado para la catequesis pública. Se hace manifiesta la ostentosidad y escenificación procesional incorporando toda clase de insignias, estandartes y guiones llenos de significado.

 

El Consejo de Castilla empieza a ver en las procesiones riesgo de posibles disturbios y desórdenes en los horarios nocturnos, los atuendos y los actos de penitencia, haciendo que se regularan de forma rigurosa por parte de las autoridades civiles, y como fenómeno social y religioso de primer orden en el que se habían convertido, fueron objeto entonces de atención y valoración por parte de las autoridades civiles y eclesiásticas a partir de finales del siglo XVIII.

 

En las procesiones los nazarenos desfilaban con túnica propia y distintivos identificativos de la corporación. En la Real Cédula de 20 de febrero de 1777 se prohíben los disciplinantes y empalados, y se obliga a revestirse de nazareno a todos lo que cumplían la penitencia en la estación de penitencia, declarándose que  “habiendo llegado a noticias de S.M. el Rey n. s. el abuso acostumbrado en todo lo más del Reino de haber penitentes de sangre y empalados en las procesiones de Semana Santa, Cruz de Mayo y en algunas otras de Rogativas, cuya peni-tencia más sirven de indevoción que de edificación (…) por Real Cédula de S.M. su fecha en el Retiro a 20 de febrero de este año se prohíbe y se encarga no se permitan disciplinantes, empalados, ni otros espectáculos semejantes en las procesiones de Semana Santa, Cruz de Mayo, Rogativas, etc.” 

 

Como consecuencia del auge y del manejo que las Cofradías hacían de recursos económicos como fruto de rentas y patrimonios, hizo que las autoridades públicas también iniciaran una campaña acusándolas de instituciones trasnochadas, retrógradas y reaccionarias frente a las ideas de cambio y progreso impulsadas por los gobiernos de Carlos III. El resultado fue la aceptación por parte del Consejo de Castilla de los distintos informes y recomendaciones que les fueron remitidos por los fiscales en 1773, decisivos en cuanto que afectó a la reorientación de las Cofradías, ya que se estableció que la procesión y el culto público no tenían que ser el objetivo prioritario señalado en sus Reglas sino que debían atender preferentemente a los hermanos enfermos y fallecidos y en esos objetivos debían invertirse los recursos, y si después del cumplimiento de los mismos sobrase, entonces podrían las Cofradías atender al culto público expresado en la estación de penitencia anual en Semana Santa. Por tanto, la evolución de las distintas Cofradías y Hermandades tuvo necesariamente una relación directa con la situación económica de cada una de ellas.

 

Cuando las distintas diócesis eclesiásticas se reestructuran en sus parroquias, lugares de culto y de educación religiosa, las Cofradías vuelven a sus primitivos fines de devoción y caridad, aunque al ser objeto de expolio de sus bienes y privilegios, muchas entran en proceso de decadencia.

 

Toda Cofradía redactaba unos Estatutos, Reglas o Constituciones que eran aprobados por la autoridad eclesiástica y donde se fijaban los criterios de admisión de socios o hermanos, las normas de comportamiento y los ritos específicos para los cultos y celebraciones. A las Cofradías nacidas sobre la base de un culto concreto se unieron las derivadas de las distintas artes, gremios y oficios, muchas veces fusionándose. Las Cofradías profesionales eran muchas y junto a las generales, surgen otras más específicas y especializadas en base a las profesiones, como el caso de los carpinteros, sastres u hortelanos.

 

Finalmente, las Cofradías que recibían algún privilegio de la autoridad eclesiástica como el uso de una iglesia, capilla u oratorio donde desarrollar sus actividades, tenían una organización interna de tipo jerárquico, llegando a ser escalonada en nombres y títulos como Primicerio, Camarlengo, Príncipe o Guardián, a lo que se añadió aquellas Hermandades y Cofradías que estaban autorizadas para agregarse a otras afines.

 

Miguel Calvo Verdú, “La ciudad de Badajoz y su Semana Santa, heráldica y símbolos”, Editamas, Badajoz 2019