OPINIÓN: Toto Estirado, al arte de triunfar sobre la muerte
4 de Enero de 2019
Es muy posible que (el) Toto Estirado naciese más tarde de lo que se merecía y en un lugar muy ajeno al que le correspondía.
José Antonio Estirado Cruz -conocido como Toto Estirado- nació en Usagre el 28 de marzo de 1939, y falleció en el hospital provincial de Badajoz a los 55 años, en 1994.
Si, por razones de cuna, hubiese malvivido a base de perritos calientes en la V avenida de Nueva York, o si hubiese emigrado para instalar sus pinceles en la colina parisina de Montmatre, tal vez ahora estaría considerado como un genio del arte, pero Estirado nació y pasó demasiado tiempo en Extremadura y su paso por Sevilla, santuario artístico del sur de España, no fue suficiente para sacarle de la miseria.
Muchas personas recordarán haberle visto recorriendo los bares de Badajoz con sus cuadros de pequeño formato, pintados sobre madera la mayoría de las veces, malvendiéndolos por cuatro perras o cediéndolos por unas copas y algo de comida. Yo sí le vi y recuerdo que se le trataba con más caridad, esa apestosa túnica de la injusticia, que con respeto hacia su obra.
A Toto Estirado se le iluminaba la cara angulosa cada vez que ‘colocaba’ en manos ajenas una de sus pinturas, que en muchas ocasiones los clientes compraban con no poca resignación, ‘para ayudarle’.
Con lo que se paga actualmente por cualquiera de sus cuadros, José Antonio Estirado Cruz habría subsistido muchos meses. La misma sociedad que no apreciaba su arte cuando Toto necesitaba el dinero, paga ahora cuando no lo necesita por cada uno de sus cuadros miles de euros.
Toto Estirado permanece en la memoria de quienes le apreciaron, y en el historial de algunas galerías de arte, y en los fondos ‘esquizoides’ del museo Reina Sofía, sacrosanto santuario del arte contemporáneo, y en algún impreso del museo Luis de Morales, de la ciudad de Badajoz, que acogió una exposición de su arte, y aunque aún no se le ha hecho un hueco en el MEIAC (el Museo Extremeño e Íbero Americano de Arte Contemporáneo) que se levanta sobre el solar de la antigua cárcel de la capital provincial, sí está en la barriada pacense de Los Colorines, donde una plaza lleva su nombre, el mayor honor que se le suele conceder en Extremadura a un genio. Siempre que ya haya fallecido, lógicamente.
Usagre, su localidad natal, aún no le ha dedicado ni una calle, ni una plaza, ni le ha puesto su nombre a un centro cultural o a un premio artístico, según han manifestado a 7Días fuentes del Ayuntamiento panzón que así se llama también a los usagreños. No hay prisas. Toto Estirado ya ha superado todas las urgencias.
El arte tiene estas cosas y no es raro pasar del arroyo a los altares y hasta a los museos, quizás porque nunca ha estado muy claro qué es el arte, ese proceso con el que los seres humanos analizan, interpretan y exponen aspectos del mundo real, o de universos imaginados, concretándolos en mensajes que son las obras de arte.
Lo único que está claro en el mundo del arte es que la muerte revaloriza a los artistas. Si quienes mueren pudiesen pintar, escribir, componer o cantar se forrarían. Y si alguien vivales se hace pasar por fiambre, se forrará.
Noticias relacionadas
Comenta esta noticia
A Fondo