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Nacional

¿Por qué los perros matan a sus dueños?

Nacional

23 de Noviembre de 2018

¿Por qué matan a sus amos los perros?

No hay perros asesinos. Los perros no asesinan, aunque maten. Lo que hay son conductas imprudentes en las personas.

Lo ocurrido en Colmenar de Oreja (Madrid), donde dos perros parecen haber causado la muerte de dos mujeres, tiene toda la apariencia, a falta de explicaciones oficiales más detalladas, de ser un caso de imprudencia humana.

La muerte de las dos mujeres, Luisa pozas, de 57 años, y Eva González Pozas, de 40, madre e hija y casadas con dos hermanos, se les achaca a dos perros de la raza dogo de Burdeos, localidad situada en el suroeste de Francia. Es una raza poderosa, muy musculada y tenaz, pero no especialmente agresiva.

PERRO DE CARNICERO

Además de ser, como todos los canes, un perro de caza, en este caso útil en la caza mayor como perro de agarre, en sustitución de los tradicionales alanos españoles, que han estado a punto de la extinción, el dogo de Burdeos está considerado un ‘moloso de arena’; es decir un perro utilizado en las peleas para dar espectáculo y en las luchas con los toros.

También se le llama perro de carnicero, pero su función primordial no ha sido guardar y defender las carnicerías, sino sujetar a los toros y a otras reses cuando iban a ser sacrificadas, ayudando de este modo a los matarifes y reduciendo la necesidad de mano de obra. Por eso son chatos, como todos los perros de agarre –alano, boxer, buldog…- para que tengan la trufa (la nariz) despejada y respiren con normalidad mientras muerden y así no tengan necesidad de soltar a la presa.

Además, el dogo de Burdeos es un estupendo animal de compañía que, manejado correctamente, hace las delicias de mayores y pequeños.

En unas regiones, como Extremadura, está incluido entre las razas peligrosas y en otras, como Madrid, a la que pertenece la localidad de Colmenar de Oreja, no se considera que el dogo francés tenga especial peligro.

Parece que al menos uno de los animales que han matado a las dos mujeres no es uno dogo de Burdeos puro, sino que está cruzado con la raza american staffodshire terrier, variedad canina diseñada y seleccionada en Estados Unidos específicamente para utilizarla en las peleas de perros, un espectáculo cruel y sangriento pero muy popular, a pesar de estar prohibido, y propicio para las apuestas de dinero, en muchas partes del mundo, incluida Extremadura.

La normativa sobre perros peligrosos menciona tanto a las razas puras como a sus cruces y la raza american staffodshire terrier está incluida en la normativa madrileña, por lo que al menos uno de los dos dogos de Burdeos que han tomado parte en la tragedia de Colmenar de Oreja es, oficialmente, un perro potencialmente peligroso y sólo se puede tener cumpliendo determinados requisitos. Este ejemplar ‘potencialmente peligroso’ al menos carece de uno de ellos: no tiene microchip de identificación. El otro animal, oficialmente no peligroso, tampoco.

En la vivienda de Colmenar de Oreja en la que ocurrieron los hechos había seis perros, dos de ellos de la raza american staffodshire terrier. Tantos estos como los dogos han sido retirados por las autoridades.

¿POR QUÉ ATACAN?

¿Muerde, preguntan las personas no familiarizadas con los perros cuando se acercan a uno que no conocen.

En este momento, no está mordiendo, habría que responder para decir la verdad. Es una pregunta innecesaria. Todos los perros pueden morder y de hecho muerden, lo cual no quiere decir que lo hagan constantemente. Como se sabe, los perros provienen del lobo, es decir, de un animal salvaje, feroz, que utiliza su capacidad de morder y de matar para alimentarse, para atacar y para defenderse. Y esas características, lo mismo que el instinto de manada y la rigidez jerárquica, perviven en los perros, aunque se encuentren atenuadas por la domesticación y la convivencia durante miles de años con las personas. Así que el perro que no muerde es porque no lo necesita en ese momento.

Pero, ¿por qué atacan a sus dueños; dueñas en el caso de Colmenar de Oreja?

Pueden hacerlo respondiendo a multitud de desencadenantes. Por haber sido atacados por las mujeres, cosa muy improbable; porque alguna de ellas fuese a retirarles comida, un juguete o cualquier otra cosa que los perros considerasen propia; por pretender alimentarlos y suscitar una pelea entre ambos animales; por sufrir los perros un ataque de estrés debido a que han permanecido siempre encerrados; por un problema de desequilibrio mental de origen somático; por una lucha jerárquica entre ellos para subir de estatus; por temer que la mujer fuese a arrebatarles el poder deshaciendo ese estatus; y por otras muchas razones.

Pero una cosa parece estar clara: la madre, Luisa Pozas, entró en el ‘territorio de influencia de los perros’ pues, salvo que se les entrene para ello, los canes no salen de su territorio para atacar; y menos a sus amos; y mucho menos para matarlos.

A falta de que la investigación oficial diga otra cosa, la tragedia pudo desarrollarse del modo siguiente: Los dogos, que son perros de combate sin necesidad de que se les entrene para ello, se enzarzaron en una pelea y la mujer trató de separarlos. Cuando ella entró en el ‘territorio de influencia’ de los canes, los animales dejaron de considerarla su ama y empezaron a tratarla como una adversaria que se sumaba al combate. Es fácil que en esta situación, como ocurre muchas veces en las riñas entre personas, ambos perros uniesen sus fuerzas contra quien intenta separarlos haciendo funciones arbitrales.

La hija debió sentir el escándalo de la pelea, así como los gritos de la madre, y por ese motivo o por otro se acercó al patio a ver lo que ocurría. Cuando vio a su progenitora y cuñada sangrando, intentó salvarla, quitándosela de las fauces a los animales. En estas situaciones, el instinto mordedor de los perros se acrecienta, estén mordiendo a una persona, a un animal o a un objeto, y la furia de los contendientes se cebaría entonces en la hija, que se movía ante ellos, mientras que la madre estaba ya exánime. Le mordieron en el cuello rompiedo la yugular y posiblemente falleció a causa de esa herida.

Las mujeres carecían de fuerzas y, posiblemente, de experiencia para enfrentarse a dos molosos en los que se había despertado su adormecido carácter de fieras salvajes, y murieron, parece que desangradas, debido a los mordiscos de los animales.

Su gran error fue entrar en el ‘territorio de influencia de los perros’, en el círculo invisible que los animales consideran propio e inviolable, en el que se sienten poderosos y al que defienden con todas sus fuerzas.

¿QUÉ SE DEBE HACER EN UNA SITUACIÓN ASÍ?

En primer lugar, no hay que ponerse al alcance de los perros cuando están enfurecidos. Es una obviedad, pero visto lo visto, no resulta innecesario recordarlo. Si los perros se pelean, es fácil que uno de ellos pare el combate rindiéndose, adoptando la postura de la sumisión. Lo mismo que hacen los lobos que viven sin contacto con las personas.

Si son perros seleccionados y entrenados para luchar a muerte, sin que la sumisión ni la rendición estén presentes en su programación conductual, se debe intentar parar la pelea dirigiendo el chorro a presión de una manguera de agua contra los combatientes hasta que cese la lucha. Si no hay manguera, se les pueden remojar con agua mediante cubos. O lanzar contra ellos objetos contundentes, aunque le causen algo de daño. También se les puede golpear con un látigo – es conveniente tener uno a mano con los perros potencialmente peligrosos; sobre todo si son varios-, o azotarlos con algo, como la propia manguera, que haga las veces de látigo, con un palo largo, con una soga, cuerda gruesa o una cadena… A veces basta con gritarles de forma seca. O con hacer ruido golpeando junto a ellos una chapa o cualquier cosa que cause estruendo. Se puede utilizar cualquier objeto que sirva para hacerles comprender que allí no mandan ellos y que, para alcanzar el objetivo de detener la pelea, no exija ponerse al alcance de sus fauces.

Los perros son animales adorables, pero son animales. Hay que hacerles saber en todo momento que están en un grupo familiar y no son los jefes de la manada, cosa que comprenden inmediatamente pues el instinto de jerarquización procedente de sus orígenes lobunos sigue presente en ellos. Incluso cuando viven en una familia humana numerosa distinguen enseguida quién ocupa la jefatura del clan. No importa de qué raza sea el perro, tanto si es un diminuto chiuaua, como si se trata de un podenco, de un galgo, de un potente mastín español, de un poderoso fila brasileño, diseñado para perseguir a los esclavos, de un téckel o de un dogo de Burdeos, hay que hacerle saber continuamente que no es el macho ni la hembra alfa, que no lidera la manada. Para ello no es necesario pegarle ni castigarle; basta con reprenderle con un tono de la voz airado o golpeando el suelo cuando dan muestras de agresividad hacia las personas. Porque no hay perros asesinos, hay personas imprudentes o no suficientemente conocedoras de la psicología canina.

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