OPINIÓN: Muere el asombro atado al final de un hilo
26 de Noviembre de 2018
Quizá ahora mismo, o hace unos minutos, o tal vez dentro de un rato, en algún lugar del mundo, tome su primera bocanada de aire una persona que asombrará a la Humanidad entera por su genialidad. Alguien verdaderamente deslumbrante.
Pero es imposible darse cuenta de ese genial alumbramiento. No sabemos ni dónde ni cuándo ni con qué nos asombrará. Y es imposible saberlo porque las personas geniales no nacen. Sólo viven y se mueren.
En el universo de la genialidad, las estrellas necesitan apagarse para que reparemos en lo brillantes que eran, para que reunamos todos y cada uno de sus destellos en la antorcha que encenderá su pira funeraria.
Acaba de fallecer Bernardo Bertolucci, en Roma, a 473 kilómetros, cien horas andando y 77 años viviendo, de Parma, su ciudad natal.
Ha muerto el hombre al que inspiraban las miradas de los niños; el que se conmovía con el asombro causado por la aparición, una y otra vez, de un mismo juguete atado al final de un hilo.
Se ha apagado la luz del genio que nos deslumbró con ‘El último emperador’ (nueve Oscar de Hollywood), con ‘La estrategia de la araña’, con ‘Novecento’ y con tantas otras obras maestras de la cinematografía; aunque lo más socorrido sea acordarse de él porque mostró una utilidad de la mantequilla que muy pocas personas habían sospechado.
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