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OPINIÓN: ¿Puede salir a flote Extremadura agarrándose a Portugal?

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22 de Noviembre de 2018

OPINIÓN: ¿Puede salir a flote Extremadura agarrándose a Portugal?

En Extremadura se siente una devoción especial hacia Portugal. Y no es solamente por el bacalao dorado. No hay actividad de enjundia en tierras extremeñas a la que no se invite a Portugal. Desde Fehispor (Feria Hispano Portuguesa), hasta el FFFB (Festival de Flamenco y Fado de Badajoz) pasando por el Congreso de la Dehesa (española) y del Montado (portugués) y la media maratón Badajoz – Elvas – Elvas - Badajoz.

Y cuando Portugal no viaja a Extremadura, Extremadura va a Portugal; a presentar el Festival de Teatro Clásico de Mérida o el Carnaval de Badajoz o cualquier otro acontecimiento de interés.

Extremadura comparte con Portugal intereses como la eurociudad Badajoz - Elvas – Campo Maior o el parque natural Tajo (Tejo en portugués) Internacional, una joya de la naturaleza que se extiende por los términos municipales de Castelo Branco, Alcántara, Brozas, Carbajo, Cedillo, Herrera de Alcántara, Membrío, Salorino, Herreruela, Santiago de Alcántara, Valencia de Alcántara y Zarza la Mayor. Por no citar la presa lusa de Alqueva, un cometa de agua, el mayor lago artificial de Europa, cuya cola inunda de vida los términos municipales extremeños de Badajoz, Cheles, Villanueva del Fresno, Olivenza, Táliga y Alconchel.

Sin olvidar, por supuesto, a tantas mujeres portuguesas que han roto o rompen aguas en los hospitales extremeños.

Son sólo algunos ejemplos que demuestran que, para la población extremeña, los portugueses no son vecinos, son hermanos: nuestros hermanos portugueses. Especialmente los habitantes de Barranco, distinguidos con la medalla de Extremadura, el más alto galardón extremeño, por su impagable apoyo a las gentes de Extremadura que escapaban de la represión franquista originada por la Guerra Civil. Un abrazo de agradecimiento para los hijos, los nietos, los biznietos y los tataranietos de aquella gente de bien que abrieron su corazón y sus casas a quienes huían de la locura. La suya sí fue una palpable demostración de hermandad ibérica.

Por eso choca tanto el desapego que Portugal muestra una y otra vez hacia un asunto tan importante para Extremadura, para España y para Europa como es la conexión ferroviaria Madrid – Lisboa por Badajoz. Ese ancestral desinterés oficial luso, que raya en el desprecio, lo ha vuelto a poner de manifiesto el primer ministro portugués, el socialista António Luís Santos da Costa, quien acaba de declarar que la conexión ferroviaria de alta velocidad entre Lisboa y Madrid, además de no ser prioritaria para Portugal ni estar en la agenda de su Gobierno, carece de razones para que tenga que pasar por Badajoz.

El señor Santos da Costa tiene todo el derecho del mundo a defender los intereses de su ciudadanía como considere más acertado. Lo que no me parece un acierto es que Extremadura le siga enviando flores a una señora (Portugal, no se me malinterprete) a la que no le gustan ni las flores ni el remitente. Extremadura y España no pueden supeditar su futuro a lo que decida o le interese a Portugal.

Extremadura, desde Badajoz hasta Navalmoral de la Mata, necesita un tren al que se le pueda llamar tren sin que se nos caiga la cara de vergüenza. Y no hablo del tren bala japonés, ni del AVE a la Meca, ni siquiera de los trenes Alvia. Me refiero a un tren que no deje tirado al pasaje en mitad del campo, a un tren en el que apetezca viajar, a un tren de verdad, no a una tartana.

Lo necesita y es de justicia que lo tenga, aunque con vecinos como el señor António Luís Santos da Costa, primer ministro y socialista de Portugal, sería menos perjudicial para la población extremeña que ‘la raya’ estuviese en mitad de África, dicho sea con todo respeto para la población africana.

Extremadura está pidiendo a gritos un tren y lo tendrá aunque tenga que desalojar del poder a quienes les preocupa más su sueldo que las necesidades de la población. Si Portugal acepta subirse a ese tren en marcha, Extremadura le dará la mano con mucho gusto, y si quiere quedarse en tierra de nadie, pues adiós y hasta más ver, porque abrazarse a algunas autoridades portuguesas es como suicidarse tirándose por un precipicio. Tratar de salir a flote agarrándose a Portugal resulta más difícil que nadar con una piedra colgada del cuello al final de una soga con nudo corredizo.

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