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OPINIÓN: Extremadura pierde un pueblo cada año

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8 de Enero de 2018

OPINIÓN: Extremadura pierde un pueblo cada año

Extremadura pierde cada año a unos dos mil jóvenes. Emigran. Se marchan. Dos mil personas que están en la flor de la vida, con edades que van desde los 25 a los 35 años. Un segmento poblacional con mucho peso en la economía, tanto en la vertiente del consumo –compra de coche, instalación en una vivienda distinta al domicilio familiar, los primeros hijos…- como en la faceta de la producción: acceso a un empleo, inicio de un negocio, etcétera.

No son los únicos extremeños que se marchan de su tierra, pero sí es el colectivo más importante.

Cada año, Extremadura pierde un pueblo. Y un pueblo grande, de dos mil habitantes jóvenes, en plena edad de procrear y, por lo tanto, de conseguir que aumente la población.

La sangría migratoria del siglo pasado dejó a la región extremeña instalada en el millón cien mil habitantes. La hemorragia migratoria de este siglo está poniendo sus pueblos en venta. Si recorre usted los núcleos rurales de la región, en muchas calles encontrará el letrero de ‘se vende’ colocado sobre la fachada de alguna casa.

Y lo malo no es que los pueblos extremeños estén en venta; lo auténticamente terrible es que nadie los compra. Si se vendiesen, alguien ocuparía las viejas casas, con sus chimeneas, doblaos (desvanes), patios y corrales. Nadie las compra, nadie las restaura, nadie las ocupa y llegará el momento en el que nadie quedará en muchos pueblos de Extremadura.

La población extemeña se mueve, y se mueve mucho. Se mueve en todas las direcciones menos en la deseada. No crece, pero se contrae. Implosiona. Y, además, abandona sus raíces en busca de horizontes que, desde el punto de vista económico, no les sean tan desfavorables.

Por un lado emigra, con lo que hemos pasado del millón cien mil a un millón y menos de ochenta mil habitantes. Concretamente 1.079.920 personas empadronadas, según los últimos datos facilitados por el Instituto Nacional de Estadística.

Pero es que la población que no emigra, tampoco se queda en su lugar de origen. Desde hace años se está produciendo un fenómeno que concentra a los habitantes de Extremadura en tres ejes o líneas que se entrecruzan en una especie de parrilla.

El primer eje, Este-Oeste, el más vigoroso, es el que sigue el curso del Guadiana. Desde las Vegas Altas hasta las Vegas Bajas. Badajoz-Mérida-Don Benito-Villanueva de la Serena, por el volumen de sus respectivos padrones de habitantes. En esta zona está aumentando la población por la afluencia de personas que antes vivían en los pueblos de Extremadura.

La ciudad de Badajoz y sus poblados se ‘tragan’ cada año a un pueblo extremeño de entre 500 y 1.500 habitantes.

El segundo eje, Norte-Sur, se ajusta a la Vía de la Plata, en la que hay poblaciones que, sin bien no crecen de modo notable, sí ganan población, en puntos como Cáceres y Almendralejo, o prácticamente la mantienen, como ocurre en Villafranca de los Barros.

Por último está la línea del Norte, Coria–Plasencia, en la que la población desciende de forma no muy pronunciada.

El resto del territorio extremeño tiende, en general, a la desertización poblacional.

En Extremadura hay pueblos, como Alía, Capilla, Toril y otros, con términos municipales en los que la densidad poblacional no llega a los dos habitantes por kilómetro cuadrado, mientras que en otros, como Calamonte, en el eje del Guadiana, la densidad es de casi 800 habitantes. La densidad media en el conjunto de Extremadura es de 26 habitantes por kilómetro cuadrado. 

Curiosamente, en Extremadura hay ciudades, como Badajoz, en las que el aumento de la población va acompañado de un vaciado empresarial.

Badajoz ha sido y será siempre una ciudad de servicios y, entre los servicios que tradicionalmente han prosperado en la ciudad pacense está el comercio. En el casco histórico de la ciudad han existido siempre calles muy comerciales, llenas de negocios al frente de los cuales se han mantenido generaciones de la misma familia. Últimamente, cada vez se ven más locales vacíos en las calles de la capital pacense.

El comercio dejó la zona de la Plaza Alta, desapareció el mercado de abastos, bajó por la calle de San Juan, se instaló en la calle Menacho, en Santa Marina y en la zona de El Corte Inglés, saltó la autovía para asentarse en la carretera de Valverde de Leganés y en la barriada de Valdepasillas y, deslumbrado por la luz del faro, se ha traslado hasta la frontera de Caya, donde la clientela portuguesa se encuentra con la pacense y la procedente de otras localidades extremeñas, mientras los antiguos comercios urbanos miran con tristeza infinita a través de sus escaparates mustios o ya completamente secos y polvorientos.

Badajoz, que nació en el Cerro de la Muela y que, durante siglos, basó su razón de ser en su condición de fortín construido para defender la frontera, corre hacia el desguarnecido llano fronterizo a una velocidad inusitada.

Ya veremos como afecta a los hábitos ciudadanos, y a los de las visitas, la construcción y puesta en funcionamiento de la Plataforma Logística del Suroeste Ibérico.

Lo mismo habría que empezar a plantearse el traslado del Ayuntamiento pacense a las naves de IFEBA, para situarlo en el núcleo germinativo de la eurociudad Badajoz-Elvas.

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