Cinco salvajadas para ganar belleza
7 de Marzo de 2019
El acicalamiento personal es, seguramente, la actividad cultural más antigua. Anterior a las pinturas y los grabados rupestres, al arte mobiliar, a las composiciones fónicas y a la fabricación de instrumentos musicales.
Es tan antiguo que se remonta justo al momento en el que, por primera vez, un ser humano, mujer u hombre, se decoró la piel con barro, con sangre, ceniza o carbón. Ahora empieza a pasar lo contrario y cada vez son más las mujeres que quieren liberarse de esa camisa de fuerza que se llama maquillarse por obligación, algo que no se les exige a los hombres. Y el día que esa misma persona, u otra, se fabricó el primer colgante, la primera pulsera, el primer tocado de flores o de plumas, en ese instante comenzó el arte de la joyería.
Aunque suene a sarcasmo, dado como está el clima, ha llovido mucho desde entonces y la industria del embellecimiento no ha dejado de diversificarse y de crecer. Hace muy poco, en plena crisis económica, el lujo mejoraba sus cuentas de resultados a todo tren.
Algunas de las prácticas de embellecimiento personal que comenzaron en las cavernas han desaparecido; otras se mantienen en vigor, a pesar de que son auténticas salvajadas. No pocas son barbaridades de nuevo cuño. Muchas de ellas tienen como protagonistas y como víctimas a las mujeres, aunque en el Día Internacional de la Mujer, que se celebra cada 8 de marzo, no se suela hablar mucho de ello.
En 7Días hemos elegido cinco de estas salvajadas como demostración de que María Isabel no exageraba cuando cantaba, refiriéndose a las mujeres en general, “antes muerta que sencilla, ¡ay! que sencilla, ¡ay! que sencilla!”.
LAS MUJERES JIRAFA
Entre las partes del cuerpo femenino más elogiadas por la literatura están los dientes (de perlas), los labios (de fresa), los ojos (de azabache, de esmeralda…) y el cuello (de garza, e incluso de gacela). En casi ningún caso se elogia la belleza del cuello femenino comparándolo con el del maravilloso busto de Nefertiti que se expone en La Isla de los Museos, en Berlín.
El cuello de jirafa no se suele elogiar, pero, aunque no resulte especialmente atractivo en una mujer, sí se intenta imitar.
En Birmania (Sudeste Asiático) está la tribu Karen a cuyas niñas se les coloca en el cuello, a partir de los cinco años, una espiral de latón para que les ‘crezca’ el pescuezo. En realidad lo que se produce es un hundimiento de las clavículas, cada vez más separadas de la cabeza, lo que alarga el cuello y les da a las mujeres un supuesto ‘aspecto de jirafa’.
Ninguno de los motivos que se dan para justificar esta práctica convence. Se habla de que los anillos las protegen contra ataques de fieras y personas, cosa muy poco creíble. En todo caso, las vuelven más vulnerables pues basta con quitarle los anillos para que el cuello, debilitado por el estiramiento, deje de sostener firmemente a la cabeza.
La administración birmana ha tratado de erradicar esta práctica, pero choca contra una dura realidad: hay turistas sin escrúpulos que con mucho gusto pagan por ver a ‘las mujeres jirafa’. Es un negocio rentable para todos, salvo seguramente, para las mujeres, pues no hay plus económico que pueda compensar el poner en riesgo la propia vida.
PLATOS LABIALES
En algunas etnias africanas y amazónicas se utilizan los discos o platos labiales como elemento de belleza y de estatus. En este caso, según los pueblos y las tribus, son usados tanto por mujeres como por hombres.
El plato, platillo, placa o disco labial, que estos y más nombres recibe, se coloca en los labios después de perforarlos. Se empieza metiendo en la perforación una pieza pequeña, generalmente de barro cocido o de madera, y a medida que el agujero se va ensanchando se van colocando discos de mayor tamaño. Al final, las perforaciones son tan grandes que los labios parecen las asas de una bolsa que es la boca.
En esta bestialidad con finalidad estética, de poder o religiosa, la plusmarca mundial la tiene una mujer llamada Ataye Eligidagne (Wikipedia dixit) perteneciente a una tribu etíope. Su disco labial mide 60 centímetros de circunferencia, el doble del tamaño medio de los discos en las mujeres de su tribu.
Otra versión de esta práctica es perforar las orejas y agrandar el orificio con discos de plástico, de madera u otro material. Y esta no es una práctica exclusiva del tercer mundo.
PIES CORTOS Y CABEZAS LARGAS
Los ‘pies de loto’ se consiguen envolviéndolos en un fuerte vendaje desde los tobillos para abajo impidiendo que se desarrollen con normalidad. Se trata de una práctica china y, una vez más, las víctimas son mujeres a las que se maltrata, o maltrataba de esta forma, desde niñas.
Se supone que la práctica comenzó entre las bailarinas. Actualmente no es raro que a quienes practican ballet durante años se les deformen los pies. Posteriormente se convirtió en un signo de distinción entre la clase alta y la burguesía, no así en los estratos sociales inferiores, pues los ‘pies de loto’ dificultan la realización de trabajos físicos. Con el tiempo, hasta las clases bajas querían tener ‘pies de loto’ y se le vendaban a las hijas mayores, para que se convirtiesen en damas, pero no a las pequeñas que se salvaron por estar destinadas al trabajo físico. Curiosamente, los pies pequeños se convirtieron en un fetiche sexual muy apreciado por los hombres orientales, lo que contribuyó a la propagación de esta forma de tortura.
La práctica continuó hasta que en 1949 fue prohibida por el régimen maoísta.
Puede que la belleza esté en el interior, como dice la canción de ‘La bella y la bestia’, pero si no se ve, de poco sirve. Y si para ganar belleza hay que deformar el cráneo, pues se deforma. Para ello se venda fuertemente la cabeza, incluso sirviéndose de tablas, para alterar el crecimiento normal de los huesos, dándole forma plana, alargada (producidas mediante el vendado de dos placas de madera a los lados de la cabeza), redonda (vendado con tela) y hasta en forma de cono. La operación se realiza poco después del nacimiento y se prolonga durante varios meses, aprovechando que las placas óseas craneales aún no están soldadas. Es una práctica muy antigua y puede parecer exclusiva de tiempos muy pretéritos, pero en Francia se estuvo practicando hasta principios del siglo XX.
JOYAS CLAVADAS EN LA CARNE
Una de las formas más antiguas de llevar joyas es clavárselas en la carne. Vale casi cualquier parte del cuerpo, desde las más expuestas a las más recónditas, y prácticamente todos los materiales: hueso, madera, plumas, flores, plástico, metales…
Se trata de una práctica en auge, pues son numerosísimas las personas que llevan pirsin, nombre aún no reconocido por la Real Academia de la Lengua, pero que sí está incluido en el Diccionario Panhispánico de Dudas, como alternativa al vocablo piercing. A los pirsin sólo los superan en número, los tatuajes, que hasta hace muy pocos años eran raros, monocromos y aislados y ahora son abundantísimos, particolores y extendidos por gran parte de la piel.
Los tatuajes más antiguos que se conoce son los de la momia tirolesa Ötzi, con 5.300 años de antigüedad.
Los pirsin, si se tienen en cuenta también los que se clavan en los cartílagos auriculares, fuera del lóbulo de la oreja, superan en número a los pendientes que, en lugares como Extremadura, son la joya imprescindible de las mujeres desde la más tierna infancia.
Perforar los lóbulos de las orejas de una recién nacida para colocarle pendientes tan pronto como se le curen las heridas, además de ser una intromisión ilegítima en la libertad y hasta un atropello a la dignidad de la criatura, es una atrocidad, aunque le guste a las madres, a las abuelas y a las titas. ¿No sería mejor esperar a que la indefensa bebé creciese y decidiera si se pondrá pendientes o no?
Parece que no, y que hacer agujeros en las orejas con prisas y alevosía es lo más natural del mundo. En cambio escandaliza, y con razón, la mutilación sexual que sufren las niñas africanas. La circuncisión masculina, tan practicada entre judíos, musulmanes y otras comunidades, pasa sin embargo desapercibida y la infibulación (cosido de los labios vaginales de las jóvenes) para garantizar la virginidad de las solteras, casi no suscita rechazo.
La mutilación voluntaria como forma de adorno, o por otras sinrazones, está más extendida de lo que parece y va desde el tallado de los dientes en forma triangular hasta el corte de dedos, la reducción médicamente injustificada de pechos, la liposucción y otras cuestiones. Evidentemente no es lo mismo amputarse voluntariamente un dedo con un arma blanca que quitarse grasa en el quirófano, pero en ambos casos se trata de una remodelación quirúrgica del propio cuerpo sin finalidad curativa.
PONERSE A DIETA
Uno de los problemas más importante de la sociedad occidental es el sobrepeso. Y no sólo es importante, sino difícil de corregir. A la comida procesada industrialmente se le añaden grasas y azúcares, entre otros muchos aditivos, no para hacerla más digerible y nutritiva, sino para que resulte mucho más apetecible, e incluso adictiva. Y la publicidad nos apalea con mensajes para que consumamos este tipo de comida que, en más de un caso, ni siquiera puede considerarse estrictamente un alimento.
Es muy difícil huir de esa situación y para poner remedio al sobrepeso se recurre al ejercicio, que es bueno si es moderado y apropiado para la edad de quien lo practica, y las dietas, que no siempre funcionan, que en ocasiones se vuelven contra quienes la realizan y que muchas veces son verdaderas locuras.
No hay que confundir las dietas terapéuticas con las que tienen como finalidad tener una imagen de pasarela. Tan nefasta es la falta de peso como su exceso. La segunda opción afecta tanto a mujeres como a hombres, pero la primera está mucho más presente en ellas que, por puras razones biológicas, tienden desde la adolescencia a acumular más más grasa que los varones.
Que la sociedad, en general, presione a las mujeres adultas para que estén flacas por una cuestión puramente estética, por ‘razones de pasarela’, para que quepan en la ropa de niñas que acaban de entrar en la pubertad, es una salvajada tan atroz como rodearles el cuello de latón para que parezcan ‘jirafas’ y los turistas paguen por verlas.
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