OPINIÓN: El silencio de Leticia en el Teatro Romano de Mérida
7 de Mayo de 2018
¿Qué puede impulsar a un muchacho de 16 años a acusar a su padre, de 60, de un crimen que el propio adolescente había cometido?
Seguramente ni él mismo joven lo sabe. ¿Y por qué razón acusó a su progenitor con pelos y señales, dando tantos detalles –piedra grande, piedra pequeña, ropa interior…- sobre lo ocurrido, algo que sólo alguien que estuviese muy atento a lo que estaba sucediendo podía conocer?
La farsa era tan inconsistente que ha durado sólo unas horas. El padre, que fue detenido y llevado al cuartelillo, ha quedado en libertad sin cargos. El hijo ha sido ingresado en un centro de menores, tras confesarse autor de un crimen en el que la Fiscalía ve indicios de asesinato. Se dice que, en el caso de ser condenado –nadie es culpable, aunque confiese su culpa, mientras que no se demuestre lo contrario- cumplirá ocho años de reclusión. Es decir que saldría en libertad con 24 años, tiempo suficiente para rehacer su vida.
Si el crimen lo hubiese cometido el padre, la pena sería notablemente más larga, por ser mayor de edad, y cuando saliese de la cárcel, si le hubiese dado tiempo a cumplir la pena, ¿qué le quedaría por vivir a este pastor de Castrogonzalo, en la provincia de Zamora? ¿Cómo le recibiría su hijo?
Pero con todo, seguramente la pregunta más importante y cuya respuesta es, sin duda, la clave de bóveda del problema de la violencia machista, es ¿por qué nos está pasando lo que nos pasa; qué causa está locura de ataques sexuales en la sociedad española?
¿Cómo es posible que en una época que es, con mucha diferencia, la de mayor libertad sexual de la historia moderna, la agresión sexual, la violación, los abusos sexuales y demás prácticas aborrecibles incluso entre los animales sean consideradas una patente de corso para mantener relaciones sexuales?
Uno contempla la fotografía que Leticia Rosino, de 33 años, se hizo en Mérida, durante una visita a los monumentos de la ciudad, como una turista más, y no encuentra explicación a esta criminal guerra de los sexos.
Mientras Leticia Rosino admiraba las ruinas del Teatro Romano de Mérida, seguramente se sintió gratificada por la grandiosidad del pasado sin sospechar, ni por un instante, lo abominablemente ruin que iba a ser con ella el presente.
Casi con total seguridad, a Leticia Rosino se le tributará un minuto de silencio aquí o allá. En mi opinión esos minutos de silencio no sirven para nada, pero es la costumbre. Sin embargo, no deberíamos callar ni siquiera un minuto. Hay que buscar el origen del problema y hacer todo lo posible para solucionarlo, no dar la impresión de que nos conformamos con un minuto de silencio, porque el silencio ni localiza el origen de la violencia machista ni, por supuesto, la corrige.
¿Acaso no basta con el silencio definitivo, eterno, de Leticia Rosino mirándonos desde el Teatro Romano de Mérida?
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