OPINIÓN: Medallas con crespón
2 de Agosto de 2018
Desde estas letras envío un cordial abrazo a sor Cristina Arana, a la investigadora María Victoria Gil Álvarez, al reportero Ángel Sastre, a cada persona que integra la Federación Extremeña de Bandas de Música, a quienes componen el grupo Manantial Folk y a Gonzalo Martín Domínguez, embajador de Extremadura en la capital de Andalucía. Le enviaría otro no menos cordial ni tampoco menos entrañable al pintor Jaime de Jaraíz, pero murió hace años, así que se lo dedicó a sus descendientes y a quienes le compraron cuadros cuando el artista todavía necesitaba comer.
Enhorabuena. Deben sentir ustedes mucha satisfacción y un profundo orgullo. Se les ha otorgado la medalla de Extremadura, la segunda distinción más importante que concede la Junta. La primera es, lógicamente, un empleo. A ser posible para siempre.
Felicidades. La Junta de Extremadura, con su presidente Guillermo Fernández Vara a la cabeza, ha hecho memoria y se ha acordado de ustedes. Y tanta memoria ha hecho que hasta se ha acordado de Jaime de Jaraíz, que falleció hace casi once años, once.
Jaime de Jaraíz, pintor y músico, nació en Jaraíz de la Vera (Cáceres), en la primavera de 1934 y, como buen extremeño, falleció en Madrid, durante el verano del 2007, el día 4 de septiembre. Durante toda su vida, el artista llevó a Extremadura en sus obras, en sus ojos, en su voz y hasta en su nombre, pues en realidad se llamaba Jaime García Sánchez y lo de Jaraíz, además de nombre artístico era una seña de identidad y una declaración de principios.
Cuando Vara llegó a la administración autonómica, Jaime de Jaraíz ya era un artista de renombre; cuando Juan Carlos Rodríguez Ibarra nombró a Vara consejero de Sanidad, Jaime de Jaraíz ya era un artista consagrado; el 27 de junio del 2007, cuando Vara fue investido por vez primera presidente de la Junta, y poco después concedió sus primeras medallas, Jaime de Jaraíz todavía estaba vivo, pero seguramente aún no había reunido méritos suficientes para que la tierra a la que tanto amó le otorgase su medalla, la medalla de Extremadura.
Que once años y tres días después de la muerte del artista -el galardón se suele entregar el día 7 de septiembre-, Vara vaya a imponerle, a título póstumo, la segunda máxima distinción que concede la Junta, indica que el extremeño, como español, es tardo pero acertado; confirma que los pintores extremeños actuales todavía no han alcanzado los méritos de Jaime de Jaraíz o que, tal vez, aún no se han muerto; ratifica que la despoblación es tan atroz en Extremadura que hasta para entregar medallas hay que encaminarse a los cementerios; y recuerda que la normativa que regula la concesión de la medalla de Extremadura ha pasado, en la práctica, de sólo premiar a personas vivas a considerar también los méritos de quienes llevaban dos años muertos, más tarde, de quienes habían muerto en el último lustro y ahora, por decreto de Guillermo Fernández Vara, que es presidente y médico forense, de quienes lleven en el camposanto lo que sea menester.
Así que si, cualquier año, se le concede la medalla de Extremadura a Zurbarán, a Hernán Cortés, a Pizarro, a Hernando de Soto o, a propuesta de Podemos, a Valentín González González, más conocido como ‘El Campesino’, de Malcocinado (Badajoz), no se extrañe. Legalmente es posible.
A mí me gustaría que, aunque sea a título póstumo, se le concediese al historiador, investigador, profesor y escritor Fernando Serrano Mangas, que se nos murió cuando estaba en la cumbre de su labor intelectual. Este porrinero (de Salvaleón, Badajoz) fue una autoridad mundial, pero auténticamente mundial, en la carrera de Indias, que no es una prueba pedestre, fue un buen conocedor de las artes de los carpinteros de ribera, un experto en galeones, naos y otros pecios hundidos con cuantiosos cargamentos de plata y de oro, y descubrió, para asombro de la intelectualidad capitalina, que fue el médico judío Francisco de Peñaranda quien emparedó el Lazarillo y otros libros en un doblao de Barcarrota. Además, por si no había hecho bastante por Extremadura, Fernando le regaló a la Biblioteca Regional, que es el estandarte bibliotecario de la Junta, un ejemplar de la edición príncipe del 'Romancero del Mío Cid'.
Eso y mucho más hizo Fernando Serrano Mangas, como bien saben Justo Vila y quienes le conocieron. A Fernando Serrano todavía no se le ha concedido la medalla de Extremadura, pero no hay que impacientarse. Total, sólo lleva tres años en el cementerio de Salvaleón.
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