OPINIÓN: Arrepíos y bombazos
14 de Junio de 2018
Se equivocó el gran Zinedine Zidane. Se equivocó mucho. Nunca debería haber abandonado los mandos del avión merengue en plena maniobra de aterrizaje.
Se ha equivocado Florentino Pérez, presidente del Real Madrid. Debió manejar con mucha más prudencia y precisión los ingredientes de la bomba que preparaba para que no le estallara entre las manos. Nada hay más peligroso, nada, que almacenar juntos el cebo y la carga explosiva. Sobre todo cuando el cebo o detonador es eléctrico o electrónico. Sin duda, Florentino ha suspendido el cursillo de artificiero.
También se ha equivocado Julen Lopetegui, ya exseleccionador nacional de La Roja. Como explosivo en manos de Florentino, a Lopetegui le ha faltado estabilidad, algo muy importante y apreciado en la goma 2 y otros plásticos. Lopetegui le podría haber dado a Florentino Pérez un sí condicionado a que terminase el Mundial, confiando la preparación de la próxima temporada del Real Madrid a los expertos servicios del club.
Por lo que se ve, Luis Rubiales, nitroglicerina pura, sin goma ni nada que la estabilice, no necesita ni cebo ni detonador para estallar y llevarse por delante lo que encuentre. No sólo se ha equivocado, sino que ha demostrado que, o cambia, o no sirve para el cargo. Pasando por alto si la Federación Española de Fútbol, y por lo tanto su presidente, sabía o no sabía que Florentino Pérez preparaba una bomba, Rubiales nunca, jamás, en ningún caso debería haber puesto su cara y su soberbia herida por encima de los intereses de la Federación, de la selección y de las ilusiones de millones de aficionados al fútbol. Rubiales no ‘ha metido la pata hasta el corvejón’, la ha metido hasta la mollera. Y la suya se ve desde lejos.
Igualmente se equivocó Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, al suponer que coronaba la tarta de su Gabinete con la guinda de Màxim Huerta. Pero Màxim, ministro de Cultura sin idea de Deportes, no era una guinda confitada. Era un petardo y le ha estallado a Sánchez entre las manos.
Y se equivoca Màxim Huerta cuando asegura que es inocente. No lo es. Es culpable. Hay una sentencia de mayo del 2017 que así lo asegura. Se equivoca, y mucho, cuando quiere hacernos creer a todos que hizo algo que era legal y que hacía todo el mundo, pues ni era legal –parece que la investigación de sus andanzas se remonta al anterior Gobierno socialista- ni lo hacía todo el mundo. Y tampoco acierta cuando insiste que se va para no ser devorado por “la jauría”, salvo que en “la jauría” incluya al presidente Pedro Sánchez que, en una situación de inestabilidad parlamentaria extrema, difícilmente podría mantener en un gobierno presentado como impoluto a un ministro condenado por fraude fiscal.
Màxim se queda sin cartera, pero siempre le quedarán París, una ciudad maravillosa, y Ana Rosa Quintana, mujer encantadora, de la que fui compañero de aula cuando Alfonso Rojo, reportero entonces del Grupo 16, la llevaba en vespa a la facultad de Ciencias de la Información, en Madrid.
Hasta aquí ha llegado, por ahora, esta cadena de explosiones por simpatía, que así se denominan a las que se suceden por actuar cada estallido como cebo o detonador de la siguiente explosión, según me enseñaron durante el servicio militar en un estupendo curso de explosivos. Casi una ciencia.
¡Ah!, arrepíos es una expresión muy extremeña que define, de forma bastante gráfica, las reacciones repentinas, irreflexivas, cambiantes y no poco explosivas de algunas personas. Si la busca en el diccionario no la encontrará, pues la Real Academia Española no la reconoce, ya que arrepío es una palabra que no tiene quien la escriba. Al menos en los textos que suelen leer quienes tienen sillón y letra en la Docta Casa.
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