OPINIÓN: Extraterrestres con moqueta y sueldo fijo
31 de Mayo de 2018
La orden de la Junta de Extremadura que establece la época de peligro alto de incendios forestales está llena de curiosidades.
La primera de todas ellas, y no es la menor, es que la época de peligro alto empiece el 1 de junio, como en 2017 y en 2016 y en 2015…
Da la impresión de que para la Junta de Extremadura, y para doña Begoña García Bernal, consejera de Medio Ambiente y Rural y de todo lo demás menos campo, el año 2018 es un año normal. Y no lo es. Bien sabe la gente del campo que 2018 no es un año cualquiera. Es un año desastroso en casi todo, salvo en la abundancia de forrajes y el consiguiente ahorro en la alimentación de ovejas, vacas, caballos, etcétera.
Pero como nada es completamente bueno ni malo, hasta la abundancia de hierba puede causar problemas.
Hay zonas en las que no se puede labrar para enterrar la hierba y este jueves, día 31, acaba el plazo para realizar tareas preventivas de quema, de pastos por ejemplo, con el fin de evitar graves incendios posteriores. Y no es que la hierba siga verde, es que está chorreando, porque, aunque estamos despidiendo mayo, no ha dejado de llover.
Se podría haber retrasado la entrada en vigor de la orden una semana o quince días, pero eso indicaría que la normativa se hace para la gente y no, lo que ocurre casi siempre, que se quiere hacer a la gente para la normativa, ya se trate de fuego o de tradicionales apuestas hípicas en Cáceres.
La mencionada orden prevé la posibilidad de ampliar el periodo de riesgo alto de incendio, "si las condiciones meteorológicas así lo aconsejan", pero no recoge la opción de acortarlo. Así que, aunque junio o septiembre se metan en agua, habrá que seguir pidiendo permiso a la Junta para utilizar en el campo arados y otras máquinas de las que puedan saltar chispas.
Uno de los mayores problemas que tiene el campo extremeño, con su agricultura, su ganadería, su recogida de espárragos y su canesú es que está encorsetado en un laberinto de normas inflexibles dictadas desde despachos -Mérida-Madrid-Bruselas- en los que no llueve ni crece la avena loca ni tampoco hay que utilizar una carretera, que durante siglos fue un camino, para trasladar el ganado de un minifundio a otro ni, por supuesto, ocurre nada de lo que la gente del campo vive cada día y a lo que, sin más remedio, tiene que hacerle frente.
El campo, la tierra que nos alimenta, es un mundo colonizado por los extraterrestres desde sus despachos con moqueta y sus sueldos fijos.
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